miércoles, 19 de octubre de 2016

Una implicación de la Teoría Cuántica que dio conmigo en el duro suelo por falta de convicción

Pues, iba caminando por Pérez Galdós, precisamente hacia su museo. que no está en su calle sino en Cano, que, si no me equivoco, hace referencia a un obispo efímero que tuvimos por aquí, allá por los comienzo del siglo diecinueve, muy protestado por la juventud debido a su excesiva afición a las letanías y rogativas, a las que convocaba de oficio a toda la parroquia con excesiva frecuencia en la plaza de Santa Ana, motivo por el cual decidieron celebrar los fastos de su defunción antes de que se produjera su óbito, que, de todas maneras tuvo lugar muy poco tiempo después.
Pues iba, como comencé a decir, por esa calle, pensando en las implicaciones que dicen que tiene la teoría cuántica, donde nada parece ser lo que es ni estar donde está, donde una partícula es y al mismo tiempo no es, y se mueve de una manera pero también de otra completamente opuesta, donde dos partículas se comunican a distancia sin que medie entre ellas ningún medio aparente de comunicación, y no sé qué más.
Pues nos avisa la tal teoría, extrapolan algunos, de que igual la realidad no es tal sino una especie de consenso que la fija en un punto lo mismo que podría haberla fijado en otro, que el mundo es apariencia y que la objetividad de tal apariencia no es ni más ni menos que consenso, y que si vemos sol y luna y estrellas, si el suelo es suelo y no atravesamos las paredes, no es porque la realidad subyacente se oponga a ello sino porque nosotros, los seres vivos, por hábito y convencimiento, tal vez por comodidad, lo hemos convenido así.
Dicen que bastaría, y no dicen que fuera fácil, con que uno se sustrajera a esa convención o consenso para ver ante los propios ojos cómo la realidad acostumbrada se deshace o deforma o transforma si uno es capaz de mantenerse en esa postura de escepticismo o descreimiento de la información que los sentidos nos proporcionan.
Y como ejemplo pedestre, aunque poco idóneo, tal vez, imaginé que con un simple acto de voluntad uno podría decidir que ya no sería necesario apoyar los pies en el suelo para andar. Y entonces noté que al dar el siguiente paso el pié se me quedó en el aire sin llegar a tocar el suelo, y, pese a ello, soportaba todo el peso de mi cuerpo, que excede en más de diez los ochenta kilogramos que me exige mi médico de cabecera para que se regule de forma natural mi tensión, que últimamente viene aspirando a las alturas, no sé si trascendentales o meramente físicas, pero que si no la controlo será a mí al que terminará por hacer trascender y con ello, será bueno o malo, no lo sé, darme acceso a descubrir la verdad última de todos los misterios, que hasta ese instante fatal persistirán siéndolo.
Y ocurrió que, al notar esta singularidad contranatural de avanzar sin estar sostenido por el suelo, titubeé descreído, acto fatal de falta de convicción, y al dar el siguiente paso caí aparatosamente al piso ante una pareja juvenil que, aparentemente sostenidos por un banco, se procuraban mutuamente sendas carantoñas, caricias y ósculos apasionados, las que, con indisimulado fastidio, hubieron de interrumpir para ayudarme a levantar del suelo, regodeándose de paso en tratarme de abuelo y aconsejándome que fuera pensando  en adquirir ciertos instrumentos de apoyo que según ellos le iban ya conviniendo a mi edad. 

4 comentarios:

  1. Inexorablemente envejecemos, y nuestra mente, que aún da por hecho que disfrutamos de aquel cuerpo sano y vigoroso que nos regalo nuestros época de juventud, debe adaptarse a que nos vamos volviendo una piltrafa de carne, cada día más arrugada, más debil, más mísera.

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  2. Coño, Quintana, que no fue la vejez sino su desconfianza en su propio descreimiento (que devolvió asi el vigor a las leyes físicas que acababa de derogar) lo que dio con el peripatético narrador en el suelo.

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  3. No me tomé yo la historia al pie de la letra. Me da por pensar que el protagonista de esta historia tuvo un traspie de esos que podemos llamar "cotidianos" en alguno de sus recorridos pedestres y que sufrio la ayuda acompañada de muestras de fastidio y choteo de unos jovenzuelos. Luego al escribir la misma fue convenientemente adornada con unas reflexiones sobre las leyes de la física que ennoblecieran los hechos del relato.

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  4. Pues, como autor, y no como autoridad en el asunto, diré que al principio la escribí con la intención precisa que Carlos apunta, pero cuando la leí me di cuenta de que el tono irónico dejaba resbalar la historia hacia la interpretación de Antonio. Así que, salomónicamente, he de convenir con ambos en que tienen razón. Y, sobre todo, me alegra que mis historias tengan más de una interpretación.

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