lunes, 1 de febrero de 2016

Cultura, Artículo de Pérez Reverte, Película El hijo de Saúl

A propósito de un artículo de Pérez Reverte que aboga por la publicación de Mein Kampf, por dejar hablar a los hijos de puta, para decirlo a su manera, aunque después les peguemos un tiro, por conocer cómo piensa el mal, cuáles son sus justificaciones; estoy de acuerdo, aunque temerosamente. Añade él que una de esas lecturas debe enfrentarse con inteligencia, con cultura, con conocimiento para no tragarse toda esa mierda a palo seco. Y sin embargo yo, que me considero  culturado, aún sigo temeroso. Porque a menudo lo que convence no es el contenido sino la forma del mensaje, o tal vez, en primera instancia, que es a menudo con lo que muchos nos quedamos, lo que convence es la forma y no el contenido. Es cierto que para lo que sirve la cultura es para, en una segunda instancia de meditación reposada,  darse cuenta de cómo la forma traiciona al contenido  del mensaje, que, a pesar de la convicción y la férrea lógica empleada en justificar los argumentos, el mensaje sigue siendo perverso, y he aquí cuando uno entra en conflicto, ¿cómo justificar la perversión del mensaje con la misma lógica con que el mensaje perverso se justifica a sí mismo como necesario? Mi impresión es que al final la lógica no sirve, y sirve simplemente la convicción de cuáles son mis valores. Con esa convicción no hay lógica ni razón posible, un mensaje perverso es, tal vez solo para mí que tengo unas convicciones distintas, simplemente perverso, sea o no lógico. Y quizá por eso es necesario fijar cuales deberían ser las convicciones del Ser Humano, supongo que eso es lo que significa una Carta de los Derechos Humanos.

No. La dialéctica no tiene nada que ver en esto. Cuando lees un libro estás entrando en el universo de ese libro donde todo está construido para llevarte irremediablemente a sus conclusiones. El miedo que yo tengo es el de darme cuenta de que tras leer su libro le diera la razón, incapaz de rebatir sus argumentos dentro del sistema formal  que ese libro ha creado para justificar sus afirmaciones. Y el horror sería que una vez cerrado el libro aún siguiera asumiendo ese sistema formal y por lo tanto esas conclusiones. Lo que Pérez Reverte llama cultura en este caso no sería erudición sino disponer de un propio sistema formal ya construido, es decir, convicciones propias a las que volver una vez que te has sumergido en otro medio, desde las  cuales poder hacer la crítica a aquellas afirmaciones ahora desde tu propio sistema. El gran problema de nuestro tiempo es que solo muy pocos tienen ese sistema formal sólidamente construido. Ya la condición de culto no sirve –antes había una cierta confianza en que disponer de estudios universitarios lo situaba a uno en una categoría jerárquica superior a la masa– para enfrentar la dialéctica de la perversión.

---------

Ayer fui a ver El hijo de Saúl, de Laszlo Nemer. Otra película sobre el Holocausto. Mientras la veía, siempre me pasa con todo, trataba de sentir qué es lo que sentiría si yo mismo y mi familia estuviéramos en las circunstancias de los personajes. Siempre he creído que yo no solo no sería un superviviente, sino que trataría de ser la primera víctima para ahorrarme todo ese horror. Nunca comprendí –mentira, lo comprendo perfectamente– el empeño de los supervivientes en sobrevivir resignándose a la humillación, al sufrimiento extremo, al estado permanente de miedo –el peor de los estados del hombre que soy capaz de concebir–. No quiero comprender cómo es posible sobrevivir a eso, a saber que la gente con la que tropiezas por la calle puede llegar a tales extremos de indiferente crueldad con sus semejantes, a saber que tú mismo has sido capaz de tragarte cualquier atisbo de rebeldía con tal de vivir un día más, una hora más, un segundo más, y peor aún, que tú mismo has sido capaz de infligir a otros inhumano sufrimiento para salvar tu propia vida.
Una pequeñísima parte de los seres humanos que obran malignamente lo hacen por convicción, como instrumento para lograr sus fines, el resto se realiza por aquiescencia, por instinto de supervivencia, por necesidad irracional de mantenerse con vida, que lleva a la anulación de la actitud crítica, a la indiferencia, a la automatización. Solo los héroes, a los que admiramos tanto, han sido capaces de violentarse hasta el extremo de superar ese instinto. Tal vez en ellos la razón se impuso al instinto por el breve instante que sintieron el impulso de actuar, tal vez se arrepintieron al instante siguiente.

Fuí a ver la película por las buenas críticas en filmaffinity y porque decía que Laszlo Nemer era discípulo de Bela Tar. Esto me motivó porque con ese antecedente esperaba encontrar un estilo, además de una simple narración cinematográfica, algo más de cine y menos de narración. Y sí, lo tenía, con esos permanentes primeros planos, ese soslayamiento de la emoción fácil a que se presta el tema terrible que trata, incluso la banalización del horror  que es lo que debían sentir los personajes.
Pero, narrativamente, también nos muestra otra perspectiva del Holocausto que yo personalmente nunca había visto, una superación del victimismo –de esa manera tenue que permitían las circunstancias– precisamente encarnada en los que nos parecerían los más odiosos entre las víctimas de esta gran tragedia, los prisioneros que tenían como cometido realizar el trabajo sucio a cambio de una mejores condiciones de supervivencia. Condiciones que les permitía conservar un resto de dignidad –a costa de la infamia de ser verdugos de sus semejantes– para emprender una cierta resistencia. En cuanto al personaje central, cuyo cometido es integrarnos en ese ambiente, hacernos partícipe de él, su extraña obsesión no deja de ser poética y rebelde en medio de todo aquello, y otra forma de quiebra interior ante tanto horror.

1 comentario:

  1. Ah,sí leí lo que dijo Pérez-Reverte sobre MiLucha. Debo confesar, so pena de prejuicio, que leí el libro de Hitler hace años. Es más bien aburrido, pretencioso en su grado máximo, el delirio de un ególatra magnánimo. Por lo mismo: 1) cuenta como poema y 2) su mensaje no pasará de tus pupilas. Pero es verdad. Que sea un libro malvado no lo exime de poder perturbar la moral propia. Por eso digo que cuenta como poema.
    Un abrazo, Riforfo.

    ResponderEliminar