martes, 10 de noviembre de 2015

Subiendo bajando o bajando subiendo

Toda pérdida es una oportunidad, si uno consigue sobreponerse o, mejor, asumirlo así desde el principio. Entonces se vuelve creativa la pérdida. Pero lo que tenemos muy asumidas son las ideas pudridoras del sistema: fracaso, cobardía, pereza, salvación, competitividad o excelencia, mediocridad, ideas generadoras de culpa, de infravaloración, desmerecimiento. Ideas que propician la auto segregación, que potencian el sentimiento de clase, la diferenciación social. Ideas pudridoras porque el sistema nos obliga a comportarnos como los que construyen el sistema a su medida para favorecer sus ansias depredadoras y obviamente no todos queremos estar a esa altura, y por lo tanto merecemos lo que nos pase.
Es natural disponer una actitud combativa cuando te atacan pero el sistema que hemos creado o dejado crear es un sistema en permanente alarma −competitividad, crecimiento− que tiene como regla el todos contra todos. Adelantarse a las intenciones del otro atacando primero es considerado astucia, derrotar al otro es meritorio, aprovecharse del débil, un derecho −si son tontos, que se aguanten, se lo merecen−. Y cualquiera que se salga de esta línea de pensamiento es un utopista inmaduro sin perspectivas de futuro. Porque solo hay un futuro razonable que es la continuación de este presente.
Por eso hay que mirar con buenos ojos a cualquiera que  trate de romper este circulo vicioso, absurdo, de consecuencias inevitablemente terribles −todos, muchos, al menos, lo pensamos a menudo mientras seguimos haciendo lo mismo, avanzando en el círculo−. Ir a peor es lo peor que puede pasar y eso sería lo bueno porque identificaríamos claramente el mal y todos acabaríamos empujando en la misma dirección para recuperarnos de él.
Ahora lo que persiste es una inercia controlada por unos poquitos a los que favorece. Nihilistas incapaces de pensar en generaciones, en futuro, ni siquiera en grupos humanos. Solo los une un interés circunstancial, y, si pudieran, se despedazarían entre ellos para quedarse con lo del otro −por eso son cada vez menos los más ricos del mundo, y son cada vez más ricos (según Oxfam intermon
en 2014 las ochenta personas más ricas acumulan tanto como los 3500 millones más pobres; en otro lado, no confirmado, he leído que en dos mil diez ese número ascendía a 388)
No puedo pensar en el problema de Cataluña como algo circunstancial, político, local. Veo una iniciativa desesperada por salirse de ese círculo, empañada por todos los matices que se quieran, intentos de eludir la justicia por tramas corruptas, mezcla anómala de partidos claramente inmovilistas con partidos confusamente utopistas, borreguismo social berreando consignas nacionalistas −mientras aquellos que los lideran mueven cantidades ingentes de dinero entre bancos internacionales−, todo lo que se quiera, incluso que haya sinceridad en el sentimiento nacionalista −una clase de fe como otra cualquiera, nacionalista, religiosa, científica, o la fe en el dinero que es la única que ha movido, verdaderamente, montañas.... de dinero−, pero por encima de todo eso hay un movimiento tendente a salirse del círculo vicioso en el que andamos metidos desde hace muchos años que es como una de esas escaleras de Escher que parece que suben bajando o bajan subiendo. Esta gente, por fin alguien se atreve, ha decidido saltar por la barandilla y huir de ese alocado edificio. ¡Bien por ellos! Esperemos que no se maten en la caída, que no nos maten a nosotros o que  los nuestros no se empeñen en matarlos a ellos (¿se habrán acabado ya por fin los tiempos de las guerras a este lado de Europa?) Esperemos que haya algo más que este edificio de locos en el que vivimos.

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