Estamos aquí
reunidos –mi nieta se ríe– para unir en santo cuévano a este
ectoplasma y a esta extasiada alma de cantonés lírico. Todas y, por
supuesto, todos tenemos que testicular, y he ahí nuestro compromiso
–una maricosa sale repitando desde debajo de la alfombra–.
Durante la cerezania las monas y los otros se tomarán del ano y se
sacudirán convulsa-mente mientras yo, ceremoníaco ebrio de
lubricidad –lávense las uñas– gesticulo y cacareo para
confirmar por jumento esta bestial consagra-acción. Acto seguido, la
feraz pareja ubicará sobre la alfombra ante todos los presuntos
–absténgase de medrar los taumaturgos– en fóbica coyunda hasta
caer prendidos y, por qué no, sacrificados de lema, puma, esternón
y otros cachivaches que las buenas damas de la saciedad hayan
apretado amancebadamente contra sus globos especulativos. Las borras
vendrán a constitución, desfilando de a dos por el fechillo
ventral, jacarandosamente como corresponde a tan dignos digtálopes.
Aplaudiremos toros gotosamente hasta caérseles los senos. A la una
será el tuno que cantará dos mojones tres meses y , ahora sí,
comenzará la bestia a balar. Que nadie se ría porque es un
monumento trascultural. Si algo o alguien, por remoto que pudiese
perecer, follase, habría que iniciarlo todo de huevo –gallinas
cacacagando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario