miércoles, 27 de mayo de 2015

Utopías, ya

Propone Peter Russel en El agujero blanco en el tiempo que la Humanidad debería reorientar su rumbo si de verdad desea salvarse de la extinción inmediata a que esta desatinada manera de vivir nos llevará irremediablemente. La progresiva destrucción del medio ambiente, el aumento de la población, el aumento de las desigualdades sociales, no auguran ciertamente un largo futuro. Algunas cosas se hacen en el ámbito material, proyectos a escala global que tratan de detener el deterioro medioambiental, o proyectos internacionales contra el hambre, etc., pero, siendo lo graves que son, no parecen tener en nuestro comportamiento cotidiano más que una vaga repercusión. Es necesario un proyecto global más ambicioso que cambie la esencia del Ser Humano.

Un proyecto de estas características debería extenderse a todo el planeta aunque nuestras sociedades occidentales, que gozan de los beneficios que los avances sociales y tecnológicos nos han proporcionado, ya tienen la tranquilidad suficiente para pensar en las consecuencias de todo esto, mientras que otras sociedades que nunca han tenido tal bienestar aún no pueden pensar más que en lograr superar su estado de supervivencia material. Pero lo mismo que hemos sido foco del mal para extender el caos y la destrucción a otras sociedades más débiles –eso es lo que hemos hecho, entrar en otras sociedades más débiles (débiles con respecto a nosotros, aunque tan efectivas como la nuestra, puesto que también sobrevivían con sus estándares de bienestar), destruirlas y obligarles a pensar que su modo de vida, que nosotros hemos destruido, es defectuoso y deben aspirar, de grado o por la fuerza, a adoptar el nuestro–, podemos también ser un foco para extender un cambio de mentalidad.

Tal proyecto de cambio estructural del Ser Humano debería contemplar el desarrollo de tecnologías, pero ahora encaminadas hacia desarrollar lo que ha permanecido intacto desde el principio de los tiempos mientras todo lo exterior se modificaba prodigiosamente: el interior, nuestra manera de ser, de comportarnos, de enfrentar los problemas, de convivir con el resto de habitantes del planeta.

Investigar y desarrollar nuevas tecnologías, pero no de tipo material, sino tecnologías para el desarrollo interno que promuevan la maduración psicológica y el despertar interior. Algunos de los puntos de este programa deberían incluir: una mayor atención a las neurociencias y a la psicología, el conocimiento de la naturaleza de la mente, una exploración más profunda de las raíces de nuestro egocentrismo, una revisión global de los caminos de desarrollo espiritual que existen hoy en día, la búsqueda de nuevos métodos, la síntesis de las prácticas actuales y también la aplicación y difusión de estos descubrimientos, que es un asunto no menos importante. (Peter Russell, El agujero blanco en el tiempo)

 Un proyecto de este tipo requeriría una absoluta transformación de cómo concebimos la enseñanza en las escuelas –creada por y para una sociedad de mercado– como base fundamental, a mi juicio, de cualquier renovación social. Lo que nos llevaría primero a las Universidades en las que se debería formar un nuevo tipo de educadores orientados no hacia una educación para la integración laboral sino una educación para el desarrollo personal integral.

Me imagino a esa nueva generación de niños mutantes luchando a brazo partido para sobrevivir en una sociedad como la nuestra y tengo necesariamente que pensar en pueblos o ciudades semilla en los que pudieran desarrollarse hasta que adquirieran fuerza suficiente para poder extender su influencia e ir propagando poco a poco los nuevos modos de vida. Por cierto que para este tipo de experimentos las islas somos lugares idóneos, alejados de los focos más feroces de la idiosincrasia de nuestra malsana sociedad contemporánea. Ideas de este tipo utopista no faltaron en el siglo diecinueve, cuando ya se barruntaba que el naciente capitalismo acabaría en un caos; tengo vagos recuerdos de que Sudamérica fue lugar de destino de más de algún proyecto de este tipo, al menos en la literatura. Me viene de pronto a la memoria Walden 2. De más está mencionar la Utopía de Tomás Moro o el Summerhill, de A.S. Neill, uno de los pocos proyectos educativos orientados en este sentido que se llegaron a ejecutar que conozco –y que todavía existe.

Sí, creo que es momento de volver a pensar las utopías, y no solo de pensarlas, de ponerlas en práctica como proyectos sociales. Sorprende que teniendo como tenemos casi todos –es un tema recurrente, aunque probablemente de toda época, las críticas a nuestro modelo de sociedad que se deteriora aceleradamente– sigamos andando en manada hacia el abismo sin percibir reacciones más que de palabra, como esta, y algún que otro movimiento aislado, del que siempre desconfiamos como se desconfía de todo lo que se aparte de nuestra normalidad. Supongo que habrá que desmitificar la normalidad, cuyo principal sustento es el miedo al porvenir, al qué va a ser de nosotros como individuos; aunque preveamos que el conjunto pudiera mejorar, luchamos como ratas por evitar los cambios que a nosotros personalmente nos perjudican, por poco que sea. (Y, a veces ese poco es tan ridículo)

Palabras. Todo esto son palabras de buena voluntad. Llega un momento en que a las palabras se les extingue el calor y se convierten en género literario, perfectamente descrito en las contraportadas de los libros. Este texto pertenece al género de la misma colección del libro de Russell: Conciencia Global. Hay que empezar a hacer algo. ¿Pero, quién? ¿Yo?  Y es aquí cuando empieza el miedo.

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