miércoles, 15 de abril de 2015

Abismos

Siempre he tenido vértigo. Me asustan las alturas. ¿Tener vértigo es tener miedo a las alturas? A mí siempre me ha parecido que lo que tenía era miedo a las alturas. Me parecía que disfrazarlo con una palabra técnica le aportaba una dignidad que no tiene. Es simple miedo y por lo tanto simple falta de voluntad de superarlo. Una de las pocas cosas que me sobran, falta de voluntad. Qué graciosas resultan esas frases contradictorias: sobra vacío, una pequeña altura, un abismo minúsculo. Tiene un nombre, puede que sea oxímoron.
 Pues el caso es que siento un irrefrenable deseo de acercarme a los precipicios, a los pretiles de las azoteas, a los bordes, a los límites, a las soluciones de continuidad espacial. Lo vertical me provoca espanto o fascinación según la dirección en que lo mire. Se me hace que ese miedo es un estorbo en mi existencia y que debo superarlo; y, sabiéndome ser humano, es decir ser amoldable a cualquier circunstancia, solo superable por la rata y la cucaracha, no sé si en ese orden, entiendo que el hábito es mi mejor herramienta. 
Así que aprovecho cualquier oportunidad para asomarme, alongarme por encima de cualquier límite que de paso al vacío. No hay oportunidad que desaproveche. Lo primero que hago al llegar a una vivienda nueva es asomarme a la ventana. “Mis” casas siempre han estado en los últimos pisos, cuanto más altos mejor, aunque mi sueldo es el que marca, realmente los topes que puedo alcanzar. Cuando otros van cambiando de piso para mejorar en términos de espacio yo voy cambiando para “mejorar” en términos de altura. Espacio nunca he necesitado demasiado, hay amplitud suficiente en mi imaginación. 
Temo las altura y en cambio estoy fascinado por ellas. En cada ocasión mi cuerpo reacciona con todas sus herramientas para advertirme del peligro: encogimiento de estómago, sangre revuelta, temblores, turbación en la vista, me aferro con histeria a cualquier asidero que, si resulta mínimamente inestable, me provoca un arrebato de espanto que me lleva a la inmediata parálisis. No son pocas las ocasiones en que algún samaritano ha tenido que alejarme de la zona de influencia de la vertical hasta una distancia suficiente para que pueda recuperar el control. 
Siento atracción por el abismo y pienso que a lo peor lo que deseo es lanzarme a él, saltar para acabar de una vez con todos los miedos.

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