Siempre
he tenido vértigo. Me asustan las alturas. ¿Tener vértigo es tener
miedo a las alturas? A mí siempre me ha parecido que lo que tenía
era miedo a las alturas. Me parecía que disfrazarlo con una palabra
técnica le aportaba una dignidad que no tiene. Es simple miedo y por
lo tanto simple falta de voluntad de superarlo. Una de las pocas
cosas que me sobran, falta de voluntad. Qué graciosas resultan esas
frases contradictorias: sobra vacío, una pequeña altura, un abismo
minúsculo. Tiene un nombre, puede que sea oxímoron.
Pues
el caso es que siento un irrefrenable deseo de acercarme a los
precipicios, a los pretiles de las azoteas, a los bordes, a los
límites, a las soluciones de continuidad espacial. Lo vertical me
provoca espanto o fascinación según la dirección en que lo mire.
Se me hace que ese miedo es un estorbo en mi existencia y que debo
superarlo; y, sabiéndome ser humano, es decir ser amoldable a
cualquier circunstancia, solo superable por la rata y la cucaracha,
no sé si en ese orden, entiendo que el hábito es mi mejor
herramienta.
Así que aprovecho cualquier oportunidad para asomarme,
alongarme por encima de cualquier límite que de paso al vacío.
No
hay oportunidad que desaproveche. Lo primero que hago al llegar a una
vivienda nueva es asomarme a la ventana. “Mis” casas siempre han
estado en los últimos pisos, cuanto más altos mejor, aunque mi
sueldo es el que marca, realmente los topes que puedo alcanzar.
Cuando otros van cambiando de piso para mejorar en términos de
espacio yo voy cambiando para “mejorar” en términos de altura.
Espacio nunca he necesitado demasiado, hay amplitud suficiente en mi
imaginación.
Temo
las altura y en cambio estoy fascinado por ellas. En cada ocasión mi
cuerpo reacciona con todas sus herramientas para advertirme del
peligro: encogimiento de estómago, sangre revuelta, temblores,
turbación en la vista, me aferro con histeria a cualquier asidero
que, si resulta mínimamente inestable, me provoca un arrebato de
espanto que me lleva a la inmediata parálisis. No son pocas las
ocasiones en que algún samaritano ha tenido que alejarme de la zona
de influencia de la vertical hasta una distancia suficiente para que
pueda recuperar el control.
Siento
atracción por el abismo y pienso que a lo peor lo que deseo es
lanzarme a él, saltar para acabar de una vez con todos los miedos.
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