sábado, 9 de agosto de 2014

La Peste Escarlata

Hace unos días estaba escuchando un audio libro de Jack London titulado La Peste Escarlata. Era un libro apocalíptico en el que se contaba, lo contaba uno de los pocos supervivientes de la catástrofe casi sesenta años después, cómo una misteriosa enfermedad había acabado con la mayoría de la población mundial y cómo los que quedaban habían vuelto a un estado de tribalismo recolector.
Entre los que sobrevivieron se había recuperado la vieja “ley del más fuerte”, que volvía a aludir a la fuerza física. Ahora bien, los más fuertes físicamente no suelen ser precisamente los más inteligentes, y estos se volvieron los líderes que al principio aseguraban su liderazgo eliminando todo soplo de competencia. Así que los que eran capaces conservar algo de los avances tecnológicos y la cultura entre los que habían sobrevivido a la Peste Escarlata sucumbían ante la brutalidad de sus semejantes. Sesenta años después el panorama era muy semejante al de diez mil años atrás, aunque probablemente con menos disponibilidad para la supervivencia en un medio salvaje.
Naturalmente esta reflexión me la ha despertado la enfermedad del Ébola que está adquiriendo cada vez más visos de convertirse en una Peste Escarlata para la Humanidad. No soy uno de esos de vocación Isaiana que anuncian a sus semejantes el fin de los tiempos por su desidia. De hecho lo del Ébola hasta me parece un apocalipsis amable al lado de los bombardeos ofensivos o defensivos, las independencias traumáticas con derribo de aviones por despiste, los anuncios de ablación institucional, los desfalcos económicos de los otros para distraer los nuestros, o los dos largos años que nos quedan –y quien sabe– de legislatura PoPera –por no incluir mis circunstancias personales, que esa asignatura nueva me tiene hablando solo y que la muchacha que me gusta sigue pensando que soy un intolerable borracho de palabras.
Siento parecer insensible cuando digo que lo del Ébola me preocupa relativamente –“sí, ya verías tú si te preocupaba cuando algún pariente tuyo o tú mismo estuviera contagiado”, pues claro que me preocuparía entonces, lo mismo que me preocuparía más lo de los bombardeos si yo estuviera debajo de las bombas y me preocuparía más lo de la ablación si yo viviera en uno de esos países que la imponen de grado o a la fuerza y fuera mujer; no puedo, como no puede  la mayoría, desprenderme de los miedos con que actúa mi instinto de supervivencia; a veces pienso que ojalá fuese más racional, pero soy esto que soy y más o menos me aguanto, qué remedio– de hecho la perspectiva de La Peste Escarlata de Jack London no me parece mala. Ya hace algún tiempo vi una magnífica película que hablaba de cómo evolucionaría el Planeta si la gente desapareciera, y me pareció de lo más esperanzadora.
Lo miro con descarada ironía porque con todo lo grave que es –se trata de un virus mortífero de esos tan absurdos como la propia Humanidad que acaba con la mayoría de sus huéspedes con lo cual, como la Humanidad, es uno de esos virus que escarba los agujeros debajo de sus propios pies– estoy seguro de que no aprenderemos nada de esto.
De hecho, que a los más concienciados, los más combativos, les preocupen cosas como si el Estado paga o no paga el traslado de un sacerdote desde uno de esos países afectados hasta nuestro país y no les preocupa que la OMS haya decretado que con el fin de no propagar la enfermedad –riesgo cero de contagio en Europa, por el momento –nadie contagiado o expuesto debería viajar fuera de la zona, demuestra la falta de concentración con que se está abordando un problema tan grave.  De hecho, que aprovechando la crisis de distracción de las noticias uno de nuestros premios Nóbel de la paz acabe de ordenar un bombardeo sobre Iraq, que parece que aquello no les ha quedado a su gusto y han decidido emplear otra vez esa técnica de solucionar los problemas que es “matarlos a todos y que Dios escoja a los suyos”, demuestra que sigue preocupando menos este pequeñísimo enemigo que aquellos grandes y auténticos como son los moros salvajes intransigentes que no nos dejan vivir en paz –¿Gaza?, ¿eso qué es?
Tal vez alguna compañía farmacéutica esté aprovechando para acelerar las investigaciones de su nuevo producto comercial: antievolín, que la hará multiplicar sus ingresos en los próximos veinte años y eso será el provecho que saquemos de esta nueva crisis mundial (que lo es, pero poco). Pero lo que es un aprendizaje para la Humanidad, la necesidad de centrar nuestros esfuerzos en los verdaderos problemas, la necesidad de reducir la miseria, de las personas y de los países, verdaderos puntos débiles de la supervivencia, si tenemos en cuenta que este tipo de enfermedades incontrolables son ciertamente una seria amenaza –casi más grave que la propia Humanidad para sí misma –, nada.
Por eso lo miro todo con esta medio-sonrisa o risa descarada. Pero también me emociono cuando pienso en esos tipos que están dispuestos a embarcarse y echar una mano sin importarles lo de los bombardeos, lo de las compañías farmacéuticas o si le pagan o no le pagan el viaje al sacerdote, lo de los dineros escondidos o dónde se caerá el próximo avión. O importándoles, pero menos que conseguir llegar a la zona, enfundarse uno de esos trajes blancos que distraen del miedo al contagio y meterse a intentar salvar vidas o al menos proporcionar el consuelo a los que morirán irremediablemente de que alguien se preocupó por ellos. Un saludo a todos, emocionado, qué más da, emocionado.


2 comentarios:

  1. El mundo se acabará por un meteorito, o por una peste, o por un gran cataclismo, o por una inundación, o por el calentamiento global, o por la rebelión de las máquinas, o por la Tercera Guerra Mundial. Todo, TODO MENOS ZOMBIS.
    El ébola es a la humanidad lo que ésta es al planeta.

    ResponderEliminar
  2. No, pobrecito mío, el planeta no tiene manera de reaccionar contra nosotros como nosotros podemos todavía reaccionar contra el Ébola. Moriremos unos cuantos pero sobrevivirán los suficientes para seguir dándole por saco.

    ResponderEliminar