Te escribo por si estuvieras ahí. Que vale ya, que ya estoy harto, que a ver si cambias esto un poco. Que te impongas de una vez y te dejes de tanta monserga del libre albedrío y todo eso. Levantaste el mundo en siete días, y eso está bien. Y pusiste allí a aquel hombre y a aquella mujer, vaya usted a saber por qué. Supongo que te aburrías. Pero se te fueron de las manos. Se te rebelaron. Y no hiciste nada. Sí, los echaste. En plan cobardica. Váyanse de aquí, no los quiero en mi paraíso. Si me permites, tenías que haberlos destruido, no respondían a tus planes. Dejándolos irse lo único que conseguiste fue derivar el problema. Tuvieron hijos y lo pudiste comprobar cuando uno mató al otro. ¡Se habían matado entre ellos! ¿Y tú qué hiciste? Lo echaste, echaste al asesino. ¡Vete de aquí!, muy enfadado, lo supongo, pero ¿fue suficiente? Yo creo que no, volviste a derivar el problema. Tú eras el jefe, podías haber acabado con aquello y haber empezado de nuevo, pero otra vez no hiciste más que apartarlos de tu vista, como si eso fuera suficiente. ¡Hala, castigado! No. No aprendieron nada. Más tarde lo volviste a comprobar, y seguro que me salto episodios, cuando se dedicaron a alabar a otros dioses, ¿qué otros dioses, si no había más que uno?, pues se los inventaron, solo para chincharte. Ya dudaban de ti, pero volviste a ceder, ¿bondad o cobardía? Sí, mucho rayo, mucha destrucción de ciudades, pero no fue suficiente. Solo una vez estuviste a punto de cumplir con tu deber, te dejaste llevar por una vez por la ira y estuviste a punto de resolverlo todo, pero te compadeciste de nuevo, tontorrón, creíste que aún podían salvarse. Los dejaste embarcar. Sí, tal vez lo pensaste por los animales, por salvarlos a ellos que no tenían culpa de la culpa de los malditos. Pero fuiste débil otra vez y los dejaste embarcar a ellos también, alguien tendrá que tripular la barca, pensarías ingenuamente. Y todo volvió a empezar. ¡Ay, ay!, esa es tu historia. Te compadeces una y otra vez y ellos te traicionan una y otra vez. Les mandaste a uno de su clase para que los aleccionara, y ¿qué le hicieron? Se lo quitaron de en medio y se inventaron un Dios que eras tú pero no hacían nada de lo que tú les habías dicho a través de la voz de tu emisario. Y se hicieron fuertes y no los destruiste, los dejaste. Esperando, siempre esperando que se terminaran corrigiendo, cediste una y otra vez. Les curvaste el mundo para que se sintieran satisfechos. Les inventaste la evolución, en un alarde de creación hacia atrás deshaciendo lo que habías hecho, por contentarlos; les ordenaste el universo como ellos querían verlo, a pesar de que ya lo tenías construido como te gustaba, solo por hacerlos felices, con una felicidad que iba contra ti, porque los querías como a tus hijos y no podías hacerles nada malo. Ay, Señor, Señor, aquí los tienes, cada día te ignoran más, cada día te hacen más de menos y tú les sigues extendiendo la alfombra bajo sus pies para que sigan creyendo que caminan solos. ¡Hasta dónde alcanzará tu paciencia! ¡Hasta dónde aguantará tu esperanza de que vuelvan su mirada hacia ti y te reconozcan tal como eres! ¡Despierta, Señor! No los dejes seguir porque esto no puede ir peor. Y si puede, va a ser peor. Te lo digo. No es una advertencia porque ya lo sabes: usa tu omnisciencia y verás. Ni esta carta tenía que haber escrito, pero como parece que estás bobo. Pues eso. Saludos a la inmensidad.
martes, 4 de marzo de 2014
Hola Dios.
Te escribo por si estuvieras ahí. Que vale ya, que ya estoy harto, que a ver si cambias esto un poco. Que te impongas de una vez y te dejes de tanta monserga del libre albedrío y todo eso. Levantaste el mundo en siete días, y eso está bien. Y pusiste allí a aquel hombre y a aquella mujer, vaya usted a saber por qué. Supongo que te aburrías. Pero se te fueron de las manos. Se te rebelaron. Y no hiciste nada. Sí, los echaste. En plan cobardica. Váyanse de aquí, no los quiero en mi paraíso. Si me permites, tenías que haberlos destruido, no respondían a tus planes. Dejándolos irse lo único que conseguiste fue derivar el problema. Tuvieron hijos y lo pudiste comprobar cuando uno mató al otro. ¡Se habían matado entre ellos! ¿Y tú qué hiciste? Lo echaste, echaste al asesino. ¡Vete de aquí!, muy enfadado, lo supongo, pero ¿fue suficiente? Yo creo que no, volviste a derivar el problema. Tú eras el jefe, podías haber acabado con aquello y haber empezado de nuevo, pero otra vez no hiciste más que apartarlos de tu vista, como si eso fuera suficiente. ¡Hala, castigado! No. No aprendieron nada. Más tarde lo volviste a comprobar, y seguro que me salto episodios, cuando se dedicaron a alabar a otros dioses, ¿qué otros dioses, si no había más que uno?, pues se los inventaron, solo para chincharte. Ya dudaban de ti, pero volviste a ceder, ¿bondad o cobardía? Sí, mucho rayo, mucha destrucción de ciudades, pero no fue suficiente. Solo una vez estuviste a punto de cumplir con tu deber, te dejaste llevar por una vez por la ira y estuviste a punto de resolverlo todo, pero te compadeciste de nuevo, tontorrón, creíste que aún podían salvarse. Los dejaste embarcar. Sí, tal vez lo pensaste por los animales, por salvarlos a ellos que no tenían culpa de la culpa de los malditos. Pero fuiste débil otra vez y los dejaste embarcar a ellos también, alguien tendrá que tripular la barca, pensarías ingenuamente. Y todo volvió a empezar. ¡Ay, ay!, esa es tu historia. Te compadeces una y otra vez y ellos te traicionan una y otra vez. Les mandaste a uno de su clase para que los aleccionara, y ¿qué le hicieron? Se lo quitaron de en medio y se inventaron un Dios que eras tú pero no hacían nada de lo que tú les habías dicho a través de la voz de tu emisario. Y se hicieron fuertes y no los destruiste, los dejaste. Esperando, siempre esperando que se terminaran corrigiendo, cediste una y otra vez. Les curvaste el mundo para que se sintieran satisfechos. Les inventaste la evolución, en un alarde de creación hacia atrás deshaciendo lo que habías hecho, por contentarlos; les ordenaste el universo como ellos querían verlo, a pesar de que ya lo tenías construido como te gustaba, solo por hacerlos felices, con una felicidad que iba contra ti, porque los querías como a tus hijos y no podías hacerles nada malo. Ay, Señor, Señor, aquí los tienes, cada día te ignoran más, cada día te hacen más de menos y tú les sigues extendiendo la alfombra bajo sus pies para que sigan creyendo que caminan solos. ¡Hasta dónde alcanzará tu paciencia! ¡Hasta dónde aguantará tu esperanza de que vuelvan su mirada hacia ti y te reconozcan tal como eres! ¡Despierta, Señor! No los dejes seguir porque esto no puede ir peor. Y si puede, va a ser peor. Te lo digo. No es una advertencia porque ya lo sabes: usa tu omnisciencia y verás. Ni esta carta tenía que haber escrito, pero como parece que estás bobo. Pues eso. Saludos a la inmensidad.
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Cuánta verdad. De cualquier forma, lo mejor de Dios son los feriados.
ResponderEliminar¡Hombre!, si me echara yo un Paraisito de esos a la cara, con sus leones mansos y sus cascadas, y lo de estirar apenas la mano para obtener los alimentos. Y una biblioteca completa. No te digo yo que no estaría bien ese Dios.
EliminarMurió María Panero... OTRA BROMA MÁS DE DIOS TODO PODEROSO.
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