Asistí ayer, en el Museo Domingo Rivero, a un recital de poesía. Se leían los Sonetos de Shakespeare, no todos, claro. Y se leían también algunas cartas intercambiadas entre don William y el misterioso W.H. amigo/amado del autor.
Todo lo que se sabe con certeza de este personaje es básicamente lo que don William expone en sus sonetos: que se trata de un preciosísimo joven, profusamente celebrado en los sonetos iniciales como un prodigio de belleza, con un solo defecto que le ha puesto la naturaleza en cierta parte de su cuerpo, que impediría al maestro dar rienda suelta a la faceta menos metafísica de ese descontrolado amor que experimenta por él. Se trata, pues, de un amor completamente platónico, que no duda en comunicarle por medio de un extraordinario intercambio de misivas, donde nuestro WH se deja agasajar y amonestar, sin éxito, por su persistencia en no engendrar un vástago que reciba esos dones profusamente cedidos por la Santa Madre.
Detectan, al parecer, un cambio de tono en los sonetos a partir del 18, en los que se adentra un poco más en esa segunda faceta que menciono del amor, lamentándose siempre de que nuestro bello mozo “no haya sido mujer”; a la vez que se introduce una preocupación por el tiempo que, inevitablemente, terminará corroyendo esa magnificencia; y, por último, se alude al poder de la poesía que asumirá la heroica labor de preservarla “mientras los hombres vean y puedan leer”
Hacia el final de esta segunda tanda de sonetos, WH manifiesta haber percibido cierto tono de desaliento en los poemas, lo que le lleva a preguntar si tal vez el poeta comienza a flaquear en su admiración y a ser pasto del fuego de la frustración. Y es entonces cuando, sonetos 127 en adelante, comienza una tercera tanda de poemas en los que surge La Dama Oscura, negro pelo, negros ojos. Y, tal vez, negras intenciones, pues se nota una cierta congoja en las cartas, en donde se manifiestan que ambos parecen haber caído presos de los encantos de esta oscura dama. Surge una rivalidad que creo percibir en el tono de las cartas de WH manifestando celos, y enfáticos acentos de protesta quejumbrosa de don Willian. Nobleza por parte del maestro que está dispuesto a apartarse para que la felicidad alcance sin tropiezos a su amado; inestable tibieza, aunque definitivamente también poseído por aquellos encantos, del bello joven.
Los poemas fueron leídos, en inglés y español, por don José Caballero Millares, de grato recuerdo para mí -si no ando confundido- como mi primer profesor de tal materia allá por el año setenta y siete o setenta y ocho, recién ingresado yo en la etapa del bachillerato, y por Manuel Wood Wood. Su intervención fue precedida e intercalada por la introducción y aclaraciones de don Perdo Schlueter.
Me pareció muy acertada esa combinación de lecturas de cartas y poemas, así como la introducción y aclaraciones que, pese a ser muy exigua la cuenta de poemas leídos, en relación con el número total de ellos perpetrados por el grandísimo autor, me dio una meridiana idea -tal vez equivocada, pero igualmente gozosa por cuanto tenía de narración- de esa relación maravillosamente ambigua, compleja y apasionada entre estos tres misteriosos personajes, pues hasta del mismo William Shakespeare se duda de su identidad exacta. Ese terceto amoroso, ilustrado por los poema y las cartas, resulta absolutamente fascinante, intrigante, y, hasta ahora, completamente desconocido por mí. Bendita ignorancia que me ha concedido estos gratos momentos de un lunes que prometía, como casi todos los lunes, limitarse a una hoja más del calendario lanzada al cesto de la basura.
Qué interesante¡¡¡¡
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