sábado, 6 de julio de 2013

Don Manuel

Don Manuel es de Agüimes. Aunque no nació allí. Vino con sus padres desde La Laguna, en Tenerife cuando tenía ocho años. A trabajar a la zafra –tomateras- (tiene ochenta y dos  así que eso vino a ocurrir en torno a 1939)
Estuvo casado. Con una mujer mala que le hizo brujería echándole gotas de su regla en la sopa. Estuvo loco durante unos tres años y cuando se recuperó se separó de la mujer.
Luego se arrejuntó con una que era viuda y con ella estuvo cuarenta años. Ella murió (probablemente del corazón) Una mujer muy buena: “la mejor que he conocido”.
Tiene tres hijos. Dos chicos y una chica. El más pequeño, que vivía con él, tiene solo (se señala la cabeza) noventa grados. Estaba con él, pero ahora lo cuida la hija. La hija está bien casada y tiene hijos –la mujer debió conocerlos porque cuando murió estaba con ellos. El otro hijo ha sido medio tarambana. Le gustaban las máquinas. La mujer se le plantó y como él no se avino ella se volvió a casa de su padre con los hijos. Ahora el muchacho se juntó con otra que lo tiene al hilo. Le obliga al darle el sueldo y él tiene que pedirle cuando necesita dinero.
Don Manuel ha trabajado de todo, peón albañil –en el Hotel don Juan, edificio singular en nuestra ciudad por ser el primer “rascacielos” y además ser de planta circular –freganchin en el sur, sepulturero…”yo no le tengo miedo a nada”, dice.
Como sepulturero contó que su padre también lo había sido. Los sepultureros se destacan por ser completamente descreídos de los misterios en torno a la muerte. Su padre se apostó un día con unos amigos del bar a que les traía unos huesos del cementerio –para demostrar que no tenía ningún miedo a los cementerios de noche- y allá se fue. Los amigos se fueron detrás para intentar asustarle y cuando él cogía algún hueso le susurraban “ese no que es de mi madre, ese no que es de mi padre”, el hombre agarró el hueso que quiso y se volvió para el bar y puso el  hueso en la mesa. Los amigos se reían pero él, que era un hombre serio, le torció la burla. La frase que recuerda mucho don Manuel que decía su padre es: “dentro del cementerio nadie me ha hecho nada, es fuera donde uno corre el peligro de que le peguen un palo”.
También don Manuel cuenta una anécdota propia. Una vez se encontró con una bolsa ante la puerta del cementerio, por la mañana, al abrirla  contenía una gallina muerta, unas monedas y no sé qué más. Don Manuel avisó al cura que le dijo que lo tirara todo a la basura. Don Manuel tenía pistas de quién había sido. Otro día pilló a uno revolviendo en una tumba y lo trincó. Se trataba de uno que pretendía asustar a una viuda para convencerla u obligarla a que se fuera a vivir con él. La mujer estaba muy trastornada por la muerte del marido y no quería saber nada de nadie. A raíz de eso estuvo encerrada en una casa de reposo muchos años. El hombre fue a la cárcel y un hijo de ella prometió que si lo volvía a ver lo mataba por eso el hombre no regresó al pueblo cuando salió.
También contó otra historia, no sé si de este mismo hombre, al que la mujer lo pilló en la cama con otra. También por eso, dice, estuvo en la cárcel. La mujer entró en la casa y vio los dos en la cama; entonces salió a la calle y fue a buscar a un guardia y con él se metió en la habitación donde aquellos dos seguían. Se separó del hombre, porque entonces aún no había divorcio, sino separación, y lo echó a la calle.
Don Manuel nunca ha estado enfermo. Salvo por los accidentes laborales que haya podido tener. Ahora, por problemas de circulación le han cortado una pierna. La izquierda. Se la cortaron de dos veces porque el primer corte pretendía salvar algo del pie. Pero no pudo ser porque se siguió infestando y hubo de “cortar por lo sano”. Don Manuel está contento con su suerte, no tiene azúcar, y lo de la pierna parece que ha parado. Es el único viejito que se mueve por la planta de geriatría de la Cajal. La mayoría de los otros pacientes prácticamente no se levantan de la cama y tienen demencia. Don Manuel se pasea por toda la planta en su silla de ruedas y visita a aquellos que pueden escucharle y mantenerle más o menos una conversación. Conoce a todo el mundo allí. Incluido a un tal Gustavo que grita constantemente “enfermeeeraaaa” en la planta de arriba, donde también estuvo. Ya ha visto morirse a unos y marcharse a otros. Lleva ya unos cuantos meses en la clínica, desde febrero que le cortaron. Por la mañana baja un rato a la primera planta a ensayar con la pierna ortopédica. Por las tardes se aburre porque hay mucha menos gente. Se sienta en el vestíbulo del pasillo, frente a la cabina de las enfermeras y espera a que se hagan las nueve y media para acostarse. A última hora, una auxiliar le trae unas galletas para tener algo que roer por la noche.

2 comentarios:

  1. Me ha gustado mucho. El lenguaje sencillo y muy canario es justo el que le va a un cuento así. Cualquiera diría que el personaje existe realmente.

    ResponderEliminar
  2. Cualquiera lo diría. Pero todo personaje escrito es falso, la realidad en toda su complejidad no puede ser transcrita.

    ResponderEliminar