"(...)la felicidad, ese estado difuso procedente de la imposible convergencia de las paralelas de una digestión sin ácido con un egoísmo satisfecho sin remordimientos, continúa pareciéndome, a mí que pertenezco a la dolorosa clase de los inquietos tristes, eternamente la espera de una explosión o de un milagro, cualquier cosa tan abstracta y extraña como la inocencia, la justicia, la honra, conceptos tan grandilocuentes, profundos y, a la postre, vacíos que la familia, la escuela, la catequesis y el Estado me habían, solemnemente, endilgado para dormarme mejor y extinguir, si así me puedo expresar, en el huevo, mis deseos de protesta y de revuelta. Lo que los otros exigen de nosotros, me comprende, es que no les pongamos en peligro, no sacudamos sus mínimas vidas calafateadas contra el desespero y la esperanza, no quebremos sus acuarios de peces sordos flotando en el agua limosa del día a día, iluminada lateralmente por la lámpara somnolienta de lo que llamamos virtud y que consiste apenas, si se observa de cerca, en la ausencia blanda de ambiciones."
Potente el amigo Antunes.
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