miércoles, 24 de octubre de 2012

De la soledad... intelectual

Uno se cree el tipo más peculiar del mundo, razón indudable por la cual nadie le comprende. Nadie es capaz de penetrar sus más hondos misterios. Normal, uno es un tipo peculiar y eso le condena a la soledad. Tal vez no a una soledad absoluta, porque uno tampoco es que sea una bestia, pero sí una soledad, digamos, intelectual. Esto de la soledad intelectual no me lo he inventado, lo acabo de leer en una entrevista al escritor David Foster Wallace. Pues bien, a uno también le da por leer, porque, como dice el mentado escritor, uno encuentra en la literatura esa afinidad que le falta en los otros. No en todo lo que lee, tal vez solo en algo. Pero esas ocasionales situaciones son las que hacen que uno ame la literatura un poquito más que a sus conciudadanos.
Pero lo que me interesa destacar es que uno va y lee en los libros comportamientos y actitudes propias de uno, que, habíamos concluido, era un tipo peculiar. Y ese escritor no nos conoce de nada, vamos hasta habla otro idioma y vive en otro país en el que nunca hemos estado,  con lo cual, lo mismo está describiendo a otro tipo peculiar de su país. Así descubre uno que, oh, dios, no es tan peculiar como se creía. Que, en el fondo, uno viene a ser un tipo más bien vulgar, cuyos comportamientos son perfectamente aplicables a cualquier fulano y describibles por cualquier otro fulano aunque no nos conozca de nada. Al carajo mi peculiaridad. Soy un tipo corriente pues. Todo lo que me pasa le pasa a todo el mundo. Esto podría ser un reconfortante descubrimiento si no fuera porque uno se sigue sintiendo solo, intelectualmente. El escritor que digo también habla de esto, lo llama "soledad existencial". Y es una de las razones por las que leemos.
¿Los que leemos mucho nos sentimos más solos que los que leen menos?, me pregunto. ¿Y qué fue primero, el huevo o la gallina? Y los que no tienen ninguna necesidad de leer, ¿sienten esa soledad existencial? Y si la sienten, ¿cómo la resuelven? El otro día vi una película que me apuntaba a una respuesta a esta última cuestión: Il sorpasso, en italiano, que yo me traduje por, el adelantamiento. Un tipo muy dicharachero conocía a otro tipo que era todo lo contrario, un estudiante de derecho muy formal, que amaba a una chica que vivía en la ventana de enfrente y apenas había hablado con ella dos veces. Lo sacaba de detrás de la mesa de estudio un  domingo por la mañana, quince de agosto, y se lo llevaba a la calle a vivir. Al principio al otro, al tranquilo, aquel comportamiento le parecía reprobable, se resistía, pero era incapaz de negarse a acompañar al dicharachero. Pero poco a poco se fue cuestionando su foma de vivir frente a la del otro, hasta que al final reconoció que aquellos dos alocados días habían sido los más maravillosos de toda su vida. El puñetero del guionista hizo que la última escena fuera un accidente en el que moría este muchacho que acababa de nacer. No sé, no se te queda buen cuerpo.
Mi conclusión es que esa soledad existencial se vence con movimiento, con actividad, con acción, aunque te mueras en el ínterin. Es muy probable que lo que ocurra es que la sensación de soledad necesite un cierto reposo, así que la mejor manera de evitarla es no dejar nunca el cuerpo en reposo, mantenerla disuelta y no dejar que decante.
Ahora que lo pienso, esta conclusión es de lo más trivial. Pero teniendo en cuenta que soy un tipo más bien vulgar, qué otra cosa podía esperarse de mí. Por otra parte nunca suelo seguir mis propios consejos, si es un consejo el corolario que podemos sacar de aquí, lo que no hace necesariamente falsa la proposición.



4 comentarios:

  1. Tu entrada tiene unos pasajes muy buenos, aunque no concuerdo del todo. No sé si te moleste que te cite en mi blog (neoptolomeo blogspot mx)
    Saludos

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  2. Y si ni en movimiento sales?

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  3. Entonces, no te has movido con convicción, es decir, sigues hundido dentro de ti mismo -un agujero terrible, a veces-. Hay que luchar por salir, aunque solo sea un rato, aunque solo sea para descubrir que lo de fuera es un páramo. Pero, sinceramente, aunque tampoco lo haya conseguido, tengo la convicción de que cuando uno sale fuera, se da cuenta de que todo lo que pensaba dentro son zarandajas. Así que ¡hay que salir, como sea!

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