“Búscate bajo las piedras”, dijo
el maestro.
“Maestro, no puedo estar bajo las
piedras”. El maestro se quedó dudando. Miró las piedras, miró el
cielo, se miró el ombligo. Se sacó una pelotilla. Se hurgó la
oreja con el meñique y se lo limpió en la túnica. Todo lo hizo con
una serenidad infinita, con una paciencia inacabable, con una
pachorra desquiciante para el discípulo que observaba cada gesto
como si la aclaración fuera inminente.
“Pues entonces no pierdas el tiempo”,
se tiró un pedo y comenzó a andar sobre las piedras y cuando llegó
al agua continuó andando sobre el agua sin transición, hasta
alcanzar el otro lado del río. Y siguió andando hasta perderse en
la maleza.
El discípulo se quedó petrificado,
con la boca abierta, incapaz de reaccionar ante lo que había visto.
¿Y qué era lo que había visto? ¿De verdad su maestro había
caminado sobre las aguas? Imposible. Corrió hasta donde creía que
era el punto exacto por el que su maestro había vadeado, por
encima, el río y trató de localizar los apoyos que aquel había
utilizado. Pero no pudo hallar nada. Entró en el agua y recorrió la
corriente, que le llegaba hasta el pecho, varias veces, a un lado y a
otro. Aquello no podía ser. ¡Su maestro había caminado sobre el
agua! Salió chorreando y se sentó en las piedras. Sintió las
piedras calientes bajo su cuerpo. Le agradó ese contacto porque el
agua estaba muy fría. Se quitó la túnica y quedó desnudo sobre
las piedras. Las piedras le comunicaban su calor y era muy agradable.
Se dio la vuelta para recibir el calor por delante. Así estuvo,
rodando sobre las piedras, hasta que su cuerpo recuperó el calor y
el agua se evaporó completamente. Pero la túnica aún no se había
secado, así que la extendió sobre las piedras y se sentó junto a
ella a que se secara. Meditó sobre lo que le había dicho su
maestro. ¿Qué querría decir con eso de buscarse en las piedras?
Realmente su maestro parecía bastante volado. Pero no cabía duda de
que anidaba en él una sabiduría ancestral. ¡Caminar sobre las
aguas!, eso no se había visto desde los tiempos de Jesucristo.
Realmente había hecho bien abandonándolo todo y viniéndose a
aprender … ¿aprender qué? No sabía muy bien qué es lo que había
venido a aprender. Buscarse en la piedras. Le daba vueltas y vueltas
esa idea en la cabeza. Absurda idea la de buscarse en las piedras.
¿Buscarse en las piedras? Miró hacia las piedras, apartó algunas
de la superficie. Se sentía ridículo, pero apartó algunas más
haciendo el agujero más hondo. Acabó por encontrar agua, y su
reflejo allá en el fondo. Vaya. Ahí estoy. Me he encontrado. ¿Y
bien? ¿Qué significará esto? Algo debe significar. Me he buscado
en las piedras y he encontrado mi reflejo. Mi reflejo sepultado por
las piedras. ¿Qué? Si es por sacar conclusiones absurdas...tal vez
ahora me diga que tengo que sacarme de debajo de las piedras, ahora
que me he encontrado. Estoy sepultado por las piedras. Me busco y
ahora debo sacarme de debajo de las piedras. Si. Eso eso. Debo
sacarme de ahí. Pero cómo. Cómo voy a sacar mi reflejo...
En esa profunda meditación estaba el
discípulo cuando sintió un sonido peculiar. Luego otro aún más
peculiar. El maestro orinaba tranquilamente a unos metros de él. Y
mientras lo hacía se le había escapado otro pedo. Cuando terminó
de orinar se bajó la túnica y se rascó el culo. Caminó hacia el
discípulo, pero aparentemente no lo veía. Iba completamente
volcado hacia su propio interior. Inadvertidamente metió la pierna
en el agujero la sandalia se le empapó con el agua que allí había
hecho aflorar las pesquisas del discípulo. Lanzó un juramento.
Continuó su camino a lo largo de la orilla y a unos cientos de
metros se sentó al pie de un árbol.
El discípulo lo había observado todo
en silencio. Cada gesto del maestro le parecía simbólico. Lástima
que no tuviera algo con qué anotar porque sin duda se olvidaría de
muchas cosas cruciales para aprovechar al completo sus enseñanzas.
El maestro había pisado su reflejo. Su reflejo en el agua. Pero esta
vez su pie se había hundido en el agua. ¿Por qué? Antes había
caminado sobre el agua, pero ahora se había hundido en ella,
precisamente donde él había visto su propio reflejo. Pero antes el
maestro se había vaciado de sus propios líquidos. ¿Una
purificación? No, orinar es un acto fisiológico normal. No hay que
interpretarlo de ninguna manera. Pero, ¿es así?, ¿puede creerse
que un hombre que cruza un río andando sobre el agua realiza algún
acto banal? No.
Se dirigió hacia donde estaba el
maestro, que dormitaba. Cuando éste oyó el ruido de los pasos del
discípulo sobre la graba se despertó y lo miró con rostro algo
aturdido:
“¡Ah!, ¿estás aquí?”
“Maestro, ¡has caminado sobre las
aguas!”
“¿Ah, sí?. No me he dado cuenta.”
etc.
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