Yo quiero estar de ese lado,
definitivamente. Ese es el lado en el que no nací, en el que no he
vivido, del que he sido desgajado por un error monstruoso. O un
castigo tal vez. Ixion, Sísifo, Tántalo, Prometeo y yo. Codo con
codo. Está bien esto de verse como un habitante del Tártaro “más
profundo incluso que el Hades”. Me hace grande, merecedor de unas
páginas en la Mitología. ¡Toc!¡Toc!¡Toc! No hay respuesta.
¡Toc!¡Toc!¡Toc! No hay respuesta. No estamos llevando bien el
mito, señores. Alguien cambió la narración oral al escribirla. Se
olvidaron de mi nombre. Represento a un pueblo extraviado, que vivió
siempre en el mismo lugar. Extraviado de sí mismo. Un día ese
pueblo se aventuró más allá, un poquito más allá, no demasiado,
ni tampoco demasiado poco. Una patita más allá. A un tiro de
piedra, se decía antes. Y conoció la gloria. Pero la gloria no
quería nada con él. Ninguna gloria quería nada con un pueblo tan
falto de propósitos, de impulso guerrero, de vitalidad, de
seguridad, tan sobrado de placidez y autocomplacencia. Y el pueblo se
replegó sobre sí mismo y se convirtió en árbol. Y todo el mundo
lo olvidó. Como pueblo, pero no como árbol. Y algunos descansaban a
su sombra y estaba bien la sombra esta, era fresca y plácida. Y tal.
¿Cuál era el lado del que quería estar? Este es el enigma que debe
tener toda narración oral. Muchas generaciones después alguien
descubrirá una marca en la corteza. Y más tarde, pero mucho más
tarde, la marca se desvelará como un nombre. Y todos especularán
sobre la razón de ese nombre en ese árbol. En ese bosque que nunca
fue suelo de ningún hecho grandioso. Y lo llamarán así: El Bosque
en donde Nunca Pasó Nada. Y esa falta de información, porque en
efecto, allí no había ocurrido nunca nada, unida a ese nombre
misterioso, se convertirá en un acicate para los investigadores. Y
sacando de aquí y sacando de allí, papeles irreconocibles, que
nadie pudo atribuir a otros lugares u otras historias, dirán,
“encaja aquí”, en el Bosque donde Nunca Pasó Nada. Y empezarán
a construir la historia que nunca ocurrió allí. Y sí, entonces esa
historia habrá ocurrido y se desvelarán cada vez más detalles. Y
será una hermosa historia. Y la gloria más auténtica, la auténtica
gloria agasajará la memoria de ese árbol y su historia que no fue.
Y las jovencitas suspirarán cuando la lean y los muchachos, esos del
futuro, volverán a sentir en su pecho el ansia de aventura, la sed
de vida que yo tenía que haber tenido pero no tuve. Y se formará
una comunidad entorno a esta Gran Mentira, pero a partir de entonces
ya no será mentira. O, vale, sí, será mentira, pero a quién le
importa, si lo que importa son los hechos y estos muchachos hicieron
grandes cosas, gracias a esa mentira. Conquistaron otros mundos,
hicieron felices a personas, generaron multitud de leyendas derivadas
de aquella. Sí, saldrán muchos listillos intentando, desactivar la
inmensa ola hacia el futuro que se formará, pero todo inútil. La
quinta, la sexta, la octava generación seguirá aún hablando de
aquel árbol y del nombre que estaba escrito y de todas las leyendas
que a partir de ahí se fueron elaborando. Ya lo veo. Desde aquí, lo
veo cómo se despliega el futuro ante mí, ante este pobre yo que se
lamenta de su nonadería. Y me voy sintiendo cada vez más orgulloso
de mí, humilde semillita cuyos brotes terminaron por inundar el
universo entero. Poderosa imaginación, la ingente avalancha reserva
asombrosos hechos todavía. No está nada dicho aún. Tú crees que
no has sido nada. Que todo el tiempo estuviste del lado equivocado
pero la Historia, la Mitología, se encargará de restaurar este
error, de revisar esta catastrófica desviación de la Verdad, y con
el paso de los siglos todo será corregido. ¡Ah!, ¡Qué orgulloso me
siento!
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