martes, 28 de febrero de 2012

Nibelungos

El enano Alberico roba el oro del Rhin a las confiadas Ondinas y, con él, adquiere un poder inconmensurable. Pero no adquiere astucia. Un simple gato con botas es capaz de engañarle para que se convierta en ratón, y, en cuanto lo hace, saltar sobre él, y apresarle, quedarse con su anillo y con todos los tesoros.
Wotan, el dios temeroso del fin de su estirpe, se siente tentado de su poder, pero los gigantes no le devolverán a la diosa de la juventud, la bella Freia, si no les recompensa con un buen botín. Una habitación llena de oro, por ejemplo, que cubra a Freia hasta por encima de los ojos, Pizarro, porque los gigantes, que la aman, necesitan sustituir su vista por otra cosa de igual valor. Todos los tesoros arrebatados a los nibelungos, incluyendo el casco de la invisibilidad, no consiguen ocultar de la vista de los gigantes a la bella diosa, por lo que hay que añadir el anillo. Pero Alberico no se lo ha dejado arrebatar fácilmente, antes lo ha maldecido. Y aunque Wotan no quiere ceder, que es muy goloso ese anillo y el poder que concede, por su temor al fin de su estirpe, acaba incluyéndolo. La juventud y la lozanía regresan a los avejentados rostros de los dioses con el retorno de Freia.
La maldición surte su efecto. Los gigantes se aniquilan entre ellos. Y los dioses ocupan su castillo-construido por aquellos según el compromiso escrito en las runas que decoran la lanza de Wotan- en el Walhalla.
Ahora tenemos a Sigmund,(¿fuiste tú, Arturo?) el hombre que pudo arrancar la espada del fresno, pilar centrar de la casa del cazador Hunding ¿Quién lo enterró allí bajo la profecía de que solo un hombre verdaderamente valeroso conseguiría extraerlo? Un extraño hombre con un solo ojo, fue. Y tras él, algún tiempo después, surgió del bosque, herido y sin armas, Sigmund, bien recibido por la infeliz Siglinda, huérfana (tal vez tu hermana Sigmund, ese amor no puede durar).
-Nadie se ha ido, pero alguien ha entrado. ¿No ves cómo nos sonríe la primavera?
Huyen juntos para el escándalo de Fricka, la esposa del tuerto Wotán, al que le gustaba bajar a los bosques y deambular por ellos gozando del amor de las mujeres, quien ha sido invocada por Hunding como protectora de la fidelidad matrimonial. Clama venganza. Y ella le exige venganza a Wotán y él, de nuevo su temor al final de su estirpe, cede, pese a lo que pese, y manda a su hija preferida, la Walkyria Brunilda, a que recupere el alma de Sigmund para los ejércitos del cielo.
Pero ella conoce perfectamente el sentimiento de su padre y le desobedece, condenándose por ello a dormir hasta que un hombre, verdaderamente valeroso, atraviese la muralla de fuego y la despierte con un beso (¡Oh, mi bella princesa!). Y Siglinda y el ser que lleva en su vientre se refugian junto al Dragón en que se ha convertido el gigante Fafner después de matar a su compañero Fasolt por culpa de la mala influencia del anillo -allí, en una cueva, quedaron los tesoros, el casco y el maldito anillo-. Y con ella lleva los restos de la espada Nothung que Wotán partió en mil pedazos, con mucho dolor de corazón, para impedir que Sigmund venciera, contra los deseos de Fricka, al humillado Hunding.
Pero quien cuida del retoño de Siglinda es el enano nibelungo, Mime. Le cuida y trata de soldar las piezas de Nethung para que, algún día, el muchacho, Sigfrido, mate con ella al dragón y recupere, para él, el anillo y los tesoros que custodia. Pero aparece un tuerto que le profetiza que quien forjará la espada será uno que no tiene miedo. Sigfrido (mucho más tarde será llamado Juan) no tiene miedo, pero Mime sí y trata de enseñar al muchacho a temer. Pero el muchacho sin miedo mata al dragón y al libar su sangre adquiere toda la sabiduría y todo el conocimiento, incluyendo el idioma de los pájaros, la percepción del crecimiento de las plantas y el lento aleteo de las mariposas. (¡Buen material esa sangre!). Y así es como es guiado - un buen viejo tuerto toma parte en eso, ¿y cómo se lo agradece el muchacho?: partiéndole en dos las tablas de la ley, digo la lanza en la que lleva grabadas las runas que enumeran los compromisos del dios Wotan con los gigantes - hacia la roca, envuelta en llamas de Brunilda: la besa, ella despierta y comienza el Crepúsculo de los dioses, al que Wotan ya no teme, por fin.

1 comentario:

  1. Ciertamente, en esta historia parecen estar presentes varios de los cuentos de los hermanos Grimm.

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