domingo, 31 de julio de 2011

Y una piedra filosofal

Y allí me tenías a mí con un ramo de flores a la puerta de su casa. Sonriendo como un niño y desafiando el ridículo que hacía en aquella calle llena de gente que me observaba con asombro, vestido de traje, bastante anticuado y algo grande para mí, y con aquel ramo de flores en la mano. El traje me había costado apenas veinte euros, pero tenía que devolverlo a las nueve del día siguiente, y el ramo de flores lo había robado de un jardín camino de su casa.
Pero ella no me había esperado. Se había muerto. Su madre salió a la ventana con el rostro arrasado de lágrimas y yo comprendí de pronto la cara de asombro de toda aquella gente en la calle. Una anciana de rasgos afilados y ojos escrutadores, se me acercó y me preguntó: “¿viene a buscar a la niña?¿No sabe usted lo que ha pasado?” Y me contó de pe a pa toda la historia, para finalizar con una de esas miradas que te fijan en el tablón y preguntar “¿Y usted quién es?”.
La puerta no acabaron de abrirla, y yo dejé las flores en el suelo, sobre la línea del umbral. Luego me marché casi corriendo. Todavía alcanzaba a encontrar la tienda abierta y me devolverían por lo menos la mitad del dinero.

La conocí en el parque. Acababa de encontrar medio bocadillo de pollo de los que hacen en el bar Cojak y un cuatillo de tetrabrick que le quité a uno que se había quedado dormido en el banco. Me disponía a pasar una magnífica velada nocturna cenando a la luz de la luna cuando apareció ella, deslumbrante en su juventud, con el perro que se sentó frente a mí mirando fijamente el bocadillo. Ella le llamó desde lejos pero el perro se había vuelvo completamente sordo, así que tuvo que acercarse preparando la correa. En esas situaciones siempre me siento incómodo. Soy un paria y ella una joven hermosísima que sin duda me verá como un paria dispuesto a violarla salvajemente. “No se preocupe, señorita, siempre se agradece un poco de buena compañía cuando uno está comiendo. Déjelo un momento, en seguida acabo y les dejo el parque para ustedes solos” Eran las doce de la noche, pero en su mirada no había miedo. Una sonrisa surgió de sus labios como un milagroso amanecer cuando el durmiente vecino pronunció un perfecto ronquido Se sentó a mi lado y tuve mucho cuidado de no invitarla a compartir mi colación. 
Me preguntó algunas cosas sobre mi vida y yo aproveché para contarle mi última versión. Un rato después estábamos hablando de Jack Kerouac y los beatniks y más tarde de Mario Benedetti y de Isabel Allente – ella, yo no tengo el gusto de conocer a esa señora. Le mostré, sacándolo del bolsillo del abrigo, mi ajado volumen de En busca del tiempo perdido que ella estuvo ojeando sin poner en ningún momento muecas de asco pese a que las páginas estaban completamente amarilleadas de grasa y suciedad. Me animé y le mostré el grueso tomo de los siete libros de historia de Heródoto. “Este lo encontré en un contenedor de Ciudad Jardín, junto con una ración casi completa de montaditos de salmón ahumado y media latita de caviar de importación. De otro contenedor pude juntar casi media botella de champán, era Navidad y le aseguro que esa noche fue la más feliz de mi vida, señorita” Y le decía así, “señorita”, y ella se reía encantada.
Desde una de las ventanas de un edificio cercano un reloj de cuco cantó las dos de la mañana y yo aún no había tocado mi bocadillo. Tampoco el cuartillo de vino. Uno se olvida del hambre cuando habla de literatura con una mujer hermosa. Sólo eché en falta en ese momento un cigarro. Recordé que mi amigo fumaba y “disculpe un momento, señorita” me le acerqué y le registré la ropa en busca de algún resto de pitillo, pero no encontré nada. Ella aprovechó el instante para despedirse, que ya era tarde y yo me atreví a sugerirle que tal vez podríamos vernos al día siguiente.

Nadie se creerá esa historia. Es una típica historia de vagabundo borracho. ¿En un bolsillo En busca del tiempo perdido y en el otro Los siete libros de historia de Herodoto? Solo para el primero necesitas un carrito se supermercado. ¿Qué digo? Para cada uno de ellos necesitas un carrito de supermercado

Bueno. Es un pequeño detalle fácil de añadir. Junto al banco tenía aparcado mi carrito de supermercado. Y allí tenía los dos gruesísimos volúmenes junto con mi manta, un par de zapatos casi nuevos, una camiseta negra con el logo del wisky John Dalton y una piedra filosofal que había encontrado en un contenedor del barrio judío.

3 comentarios:

  1. ¡Cojonudo! Lástima que la chica muriera, era una relación prometedora. Ese Diógenes llevaba en su carrito más que otros en sus dos "chalenes"

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  2. Un detalle que me gusta comentar es lo que llena una piedra filosofal un carrito de supermercado.

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  3. Aunque el protagonista parece el mismo, los dos relatos cambian mucho tanto en el tema como en el estilo. Este está escrito con una prosa más nostálgica que el anterior -me temo que los he leído en orden inverso- y con una cadencia mucho más lenta, muy apropiada para el tema.
    Por cierto, yo no he visto nunca una piedra filosofal, y eso que la llevo buscando toda la vida.
    Una vez estuve en Praga y se me olvidó rebuscar en el barrio judío. Quizás allí me hubiesen dado alguna pista de su paradero.
    Pensé que aquella era una buena ocasión para entrar a una librería y comprar una versión de "El Golem" en castellano. Sin embargo, después de la desolación que produce contemplar el cementerio judío se me quitaron las ganas.

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