La educación sigue dando bandazos según quien gobierne, a quién se quiera satisfacer y contra quién se quiera legislar. En unas ocasiones se legisla contra el profesorado. Al que se le tacha de gandul, de poco productivo, al que se le reprochan sus inmejorables – en comparación con las cada vez más infames reformas laborales en el ámbito empresarial -condiciones laborales en términos de vacaciones, horarios y sueldos; y al que se le culpa en exclusiva “¿a quién si no?” de los deplorables resultados – al parecer – que se tienen en las escuelas, institutos y universidades. En otras se legisla a favor de los padres que exigen, sí, una buena educación de los hijos, pero sobre todo que los muchachos estén “recogidos” porque ‘tienen que trabajar y no pueden estar ocupándose de ellos todo el día’. Ahora se ha puesto de moda hablar y preocuparse del “absentismo escolar”. Y qué podemos hacer, se preguntan… no no se preguntan nada, lanzan una propuesta al aire y a ver si cuaja. Nunca una justificación, nunca una reflexión seria previa acerca de cual es el problema y cuales serían posibles soluciones y cómo evaluar su resultado para luego volver a postular nuevas soluciones. Lo “político” es proponer soluciones “al rumbo” y hablar de millones. Nunca de cómo se van a invertir.
Lo cierto es que es hora ya de que se saque la educación de los vaivenes políticos y económicos. Esto exige la convocatoria de un a modo de sínodo – como los de la iglesia – nacional, en el que todas las voces tengan oportunidad de intervenir, en primer lugar para definir de forma precisa el problema, que no es simplemente que los niños ya no quieran estudiar, ni que los profesores sean unos incompetentes que tienen demasiadas vacaciones, ni que la moral y las buenas costumbres – con la abolición de las asignaturas de religión – hayan abandonado la escuela.
Es algo, evidente para todo el mundo, mucho más grande, sin duda demasiado grande para que un solo ministro/consejero y unos cuantos asesores con hijos adultos en colegios extranjeros, puedan abordar. Es algo en lo que debe reflexionar toda la sociedad y no de una manera vaga e imprecisa, sino de forma directa, escribiendo sobre un papel sus impresiones, sus pareceres, y haciendo llegar esos escritos a personas competentes que sepan sacar conclusiones claras de ellos. Conclusiones no basadas en sus propias tendencias o en las consignas de sus grupos ideológicos sino en la fría observación de la realidad y de las opiniones generales comunes. ¿No exponemos todos en el bar, en la cola del mercado o mientras esperamos a nuestros hijos a la puerta del colegio soluciones para la educación – y otros problemas – de este país? ¿Y por qué son estas propuestas menos válidas que las de un tipo que lo único que observa de la realidad es una hoja con estadísticas y cuyo principal objetivo es volver a ganar las siguientes elecciones?
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