martes, 7 de abril de 2009

Conferencia


Cuando me llegó el turno de exposición en el congreso me levanté de mi sitio con un fajo de papeles en una mano, me deslicé por la fila de asientos hasta el pasillo y avancé por él hasta la mesa sintiendo sobre mi los ojos de los asistentes.

En efecto, desde el momento en que se pronunció mi nombre un revuelo de actividad se formó en la sala mientras todos los asistentes, hombres y mujeres, se extraían los ojos. En cuanto me identificaron como el siguiente ponente apuntaron y lanzaron sus órganos amputados hacia mí cuyos impactos debía recibir yo con suma y estudiada indiferencia.

No obstante, al ser mi primera vez y desconociendo prácticamente, aunque se me había explicado multitud de veces, el protocolo, no pude resistir la tentación de arroyar el fajo de papeles y devolver de un certero golpe algunos de los globos oculares.

Con el primer golpe desvié la trayectoria de un ojo de pupila azul precioso, sin duda propiedad de la señorita que se sentaba en la primera fila y que tanto distraía a los conferenciantes con sus seductores cruzamientos perniles. Fue solo mala suerte que la trayectoria rectificada fuera a coincidir en el espacio con la enorme nariz del catedrático de Tecnología del derecho mercantil, nominación que había inventado él mismo para su plaza y que era capaz de explicar, si alguien osaba preguntarle, casando perfectamente derecho con tecnología dentro del mercado. El catedrático despertó indignado, se extrajo el ojo del orificio nasal, lo observó y luego miró a la rubia malinterpretándose una solicitud por parte de ésta.

Alcancé a golpear otro glóbulo antes de abordar el atril, pero lo hice con tal ímpetu que se me quedó aplastado en el improvisado bate emborronando completamente el título de la conferencia.

Llegado al frente de la sala desplegué mis papeles y después de limpiarlos ligeramente con el pañuelo tosí para llamar la atención del público distraído en reponer sus órganos visuales, cual extrayéndolos de una flamante petaca de ojos de repuesto, cual, miserablemente, reptando entre los asientos en busca de los originales y tal vez algunos más que pudiese pillar, pese a que estaba rigurosamente prohibido por el protocolo apropiarse de ojos ajenos.

Quise iniciar mi conferencia con el consabido "Señoras y señores", pero no sé por qué lapsus me dirigí en exclusiva a la rubia del primer asiento "Mi querida señorita, si sus muslos me lo permiten, voy a tratar de hablarle de..."

Finalizada la conferencia y para mi sorpresa, el público asistente rompió en aplausos como vasos de cristal de seguridad, deshaciéndose literalmente en los asientos en forma de diminutas piezas cúbicas que formaban montoncitos y terminaban por caer al suelo confundiéndose las unas con las otras de diferente persona.

Sólo quedamos en la sala la rubia, a la cual la conclusión de mi exposición la había pillado abrochándose el sujetador y a mi mismo que no podía aplaudirme por prohibición expresa del protocolo. Después de bajar del estrado y ayudar a la dama con la complicada abotonadura de su falda la invité a un café mientras los señores de la limpieza adecentaban el local y recomponían como pudieran a algunos de los asistentes - tal vez varios de ellos en uno - para la próxima sesión.

Riforfo Rex - Conferenciante

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