martes, 10 de febrero de 2009

La Tercera Ola

Mi certificado de notas se ve muy borroso. Pero sobre todo tiene una mancha. Nunca supe de qué trataba aquella asignatura. Era demasiado abstracta para mi mente pragmática. O algo así. Solo recuerdo de ella dos cosas: que una vez me cambié ambos zapatos de pié y al verme las dos puntas tirando hacia lados contrarios a los habituales me puse a reír descontroladamente y me expulsaron de clase. No volví más y me cambié de asignatura para completar los créditos, pero esa permaneció en el currículum como inconclusa. La otra cosa que recuerdo es que el profesor recomendó este libro, me llamó la atención la pasión con que lo defendía y lo compré. También lo leí en su tiempo, con mucho miedo porque el libro venía a decir que uno debe prepararse para el futuro que vendrá y a mí, en aquel tiempo, eso de prepararme y eso del futuro eran expresiones que me provocaban dentera.
Ahora no, ahora creo que, siguiendo la metáfora que usa este tío, estamos en medio de un entrechocar de olas y cabe la posibilidad de que seamos revolcados y zarandeados y hasta ahogados por el torbellino, o, si aprendemos lo suficientemente a nadar y capear las olas, tengamos la posibilidad de salvar la conmoción por encima - yo jugaba mucho a esto en la playa en aquellos lejanos y largos veranos de los sesenta.

Dos imágenes del futuro, aparentemente contradictorias, hacen presa en la imaginación popular actual. La mayoría de las personas - en la medida en que llegan a molestarse en pensar en el futuro - dan por supuesto que el mundo que conocen durará indefinidamente. Les resulta difícil imaginar una forma de vida verdaderamente diferente, cuánto más una civilización totalmente nueva. Por supuesto que se dan cuenta de que las cosas están cambiando. Pero dan por sentado que los cambios actuales no les afectarán y que nada hará vacilar el familiar entramado económico ni la estructura política que conocen. Esperan confiadamente que el futuro sea una continuación del presente.

Este pensamiento lineal adopta varios aspectos. En un nivel se presenta como una presunción no sometida a examen que subyace a las decisiones de hombres de negocios, maestros, padres y políticos. En un nivel más sofisticado, aparece envuelto en estadísticas, datos computadorizados y jerga de pronosticadores. En ambos casos contribuye a una visión de un mundo futuro que es, esencialmente, "más de lo mismo", industrialismo de la segunda ola mayor aún y extendido sobre una mayor superficie del planeta.

Recientes acontecimientos han hecho tambalearse esta confiada imagen del futuro. A medida que las crisis crepitan una tras otra en los titulares periodísticos, mientras el Irán entraba en erupción, Mao era privado de su aureola divina, se disparaban los precios del petróleo y se desbocaba la inflación, una visión más sombría ha ido adquiriendo creciente popularidad. Así, gran número de personas - alimentadas por una continua dieta de malas noticias, películas de catástrofes, apocalípticos relatos bíblicos y dramas de pesadilla escritos por prestigiosos autores - parecen haber llegado a la conclusión de que la sociedad actual no puede ser proyectada en el futuro porque no existe futuro. Para ellas, Harmagedón está a sólo unos minutos de distancia. La Tierra camina aceleradamente hacia el estremecimiento de su último cataclismo.

Superficialmente, estas dos visiones del futuro aparecen muy diferentes. Sin embargo, ambas producen efectos psicológicos y políticos similares. Pues ambas conducen a la parálisis de la imaginación y la voluntad.

Si la sociedad del mañana es simplemente, una versión ampliada - como en cinerama- del presente, no necesitamos hacer gran cosa para prepararnos para ella. Si, por el contrario, la sociedad se halla inevitablemente abocada a la destrucción dentro del plazo de nuestras vidas, nada podemos hacer al respecto. En resumen, ambas formas de contemplar el futuro engendran privatismo e inactividad. Ambas nos petrifican en la inacción.

Pero al tratar de comprender lo que nos está sucediendo, no nos hallamos limitados a esa simplista elección entre Harmagedón y "mas de lo mismo". Hay muchas más formas clarificadoras y constructivas de pensar en el mañana, formas que nos preparan para el futuro y, más importante, nos ayudan a cambiar el presente.

Este libro se basa en lo que yo llamo,la "premisa revolucionaria". Da por supuesto que, aunque las décadas inmediatamente venideras hayan de estar, probablemente, llenas de agitaciones, turbulencia, quizá incluso de violencia generalizada, no nos destruiremos por completo a nosotros mismos. Parte de la idea de que los espasmódicos cambios que estamos ahora experimentando no son caóticos ni fruto de un ciego azar, sino que, de hecho, forman una pauta definida y claramente discernible. Da por sentado, además, que esos cambios son acumulativos, que contribuyen a una gigantesca transformación del modo en que vivimos, jugamos y pensamos, y que es posible un futuro cuerdo y deseable. En resumen, lo que sigue comienza con la premisa de que lo que ahora está sucediendo es, ni más ni menos, una auténtica revolución global, un salto cuántico en la Historia.

Dicho de otra manera: este libro deriva de la suposición de que nosotros somos la generación final de una vieja civilización y la primera generación de otra nueva, y de que gran parte de nuestra confusión, angustia y desorientación personales, tienen su origen directo en el conflicto que dentro de nosotros - y de nuestras instituciones políticas - existe entre la agonizante civilización de la segunda ola y la naciente civilización de la tercera ola, que avanza, tonante, para ocupar su puesto.

Cuando, finalmente, comprendemos esto, muchos acontecimientos, al parecer desprovistos de sentido, se hacen de pronto comprensibles. Las líneas generales del cambio empiezan a emerger con claridad. La acción por la supervivencia vuelve a tornarse posible y plausible. En resumen, la premisa revolucionaria libera nuestra inteligencia y nuestra voluntad.

La Tercera Ola
Alvin Toffler
(1980)

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