El arzobispo de Pamplona cree que como Jesucristo no sufrió cuidados paliativos todo buen cristiano debe pasarse sin ellos. Es creencia popular de las gentes de iglesia que a esta tierra hemos venido a sufrir, y por todo el sufrimiento que hayamos padecido encontraremos en el cielo las justas compensaciones. Esto, al fin y al cabo, es sólo un tránsito, una antesala de la verdadera vida.
Yo no estoy en contra (en tanto en cuanto cada uno puede disponer de las opiniones que crea más oportunas) de las opiniones del arzobispo de Pamplona, siempre y cuando no trate de imponerlas a la sociedad. La sociedad debe regirse por acuerdos que, mientras no encontremos una autoridad suficientemente equilibrada, que por el momento la Santa Madre Iglesia no es en absoluto, deben atenerse a un criterio de aceptación mayoritaria.
Yo, en cambio, tengo opiniones propias a este respecto. Creo por ejemplo que para venir a sufrir maldita la pena merece haber nacido. Creo que deberíamos, como seres racionales, ser capaces de superar en un determinado momento nuestro atávico instinto de supervivencia, que nos hace agarrarnos a la vida a pesar de no sacar ningún disfrute de ella, y tomar la decisión de morirnos en paz. Creo que esta capacidad nos haría más racionales, avanzar un paso más allá en la evolución.
Ya hemos avanzado bastante a este respecto, ya somos capaces de decidir por los demás cuándo vale o no vale la pena que sigan viviendo: hemos inventado el asesinato (ejecución cuando tiene un aspecto ritual) cuando es individual, y el genocido cuando se trata de masas. Las guerras no me consta que sean un invento racional, creo más bien que obedecen a determinados instintos de organización social.
Pero este avance me parece pobre, que otro tome la decisión por tí conlleva mucha menos batalla contra el instinto que si la tomas tú por tí mismo. Aparte de que hay quien justifica el asesinato como otro instinto o norma de supervivencia proveniente del derecho "natural" o ley de la selva con el que presuntamente todos nacemos impregnados. (Punto que no tengo nada claro, ignoro si el asesinato - no ya entre especies sino dentro de la propia especie es algo instintivo con el que nacen otros animales)
Estas declaraciones del arzobispo de Const... (chiste fácil) digo de Pamplona me recuerdan a un cuento del difunto Stanislaw Lem en el que un sacerdote que predicaba con ardor a unos lugareños (en realidad eran lugareños de otro planeta, se trata de un cuento de ciencia ficción) los padecimientos de Jesucristo, se vió recompensado por éstos al someterle a él mismo a esos padecimientos, lo que ellos hicieron de buena fé considerando lógicamente que si el hombre hablaba con tanta admiración de la crucifixión nada mejor se podía hacer por él que crucificarle.
Esto último me suena un poco vengativo por lo que debo aclarar que no estoy de acuerdo con aquello de que uno debe predicar con el ejemplo. Creo que la predicación y el ejemplo son dos cosas que deben separarse. Si uno atendiera al ejemplo de los otros y no a sus palabras, muy poco habríamos aprendido desde los albores de la humanidad. De hecho creo que una de las grandes enseñanzas de Jesucristo (no explícitas) fue la de no seguir el ejemplo de los otros sino el de las propias convicciones (en este caso el ejemplo de los otros eran las instituciones religiosas de entonces a las que acusaba de exceso de rituales y carencia de espiritualidad; con respecto a esto, por ejemplo, condenando las prohibiciones alimenticias decía: "no contamina lo que entra por tu boca, sino lo que sale de ella")
Yo no estoy en contra (en tanto en cuanto cada uno puede disponer de las opiniones que crea más oportunas) de las opiniones del arzobispo de Pamplona, siempre y cuando no trate de imponerlas a la sociedad. La sociedad debe regirse por acuerdos que, mientras no encontremos una autoridad suficientemente equilibrada, que por el momento la Santa Madre Iglesia no es en absoluto, deben atenerse a un criterio de aceptación mayoritaria.
Yo, en cambio, tengo opiniones propias a este respecto. Creo por ejemplo que para venir a sufrir maldita la pena merece haber nacido. Creo que deberíamos, como seres racionales, ser capaces de superar en un determinado momento nuestro atávico instinto de supervivencia, que nos hace agarrarnos a la vida a pesar de no sacar ningún disfrute de ella, y tomar la decisión de morirnos en paz. Creo que esta capacidad nos haría más racionales, avanzar un paso más allá en la evolución.
Ya hemos avanzado bastante a este respecto, ya somos capaces de decidir por los demás cuándo vale o no vale la pena que sigan viviendo: hemos inventado el asesinato (ejecución cuando tiene un aspecto ritual) cuando es individual, y el genocido cuando se trata de masas. Las guerras no me consta que sean un invento racional, creo más bien que obedecen a determinados instintos de organización social.
Pero este avance me parece pobre, que otro tome la decisión por tí conlleva mucha menos batalla contra el instinto que si la tomas tú por tí mismo. Aparte de que hay quien justifica el asesinato como otro instinto o norma de supervivencia proveniente del derecho "natural" o ley de la selva con el que presuntamente todos nacemos impregnados. (Punto que no tengo nada claro, ignoro si el asesinato - no ya entre especies sino dentro de la propia especie es algo instintivo con el que nacen otros animales)
Estas declaraciones del arzobispo de Const... (chiste fácil) digo de Pamplona me recuerdan a un cuento del difunto Stanislaw Lem en el que un sacerdote que predicaba con ardor a unos lugareños (en realidad eran lugareños de otro planeta, se trata de un cuento de ciencia ficción) los padecimientos de Jesucristo, se vió recompensado por éstos al someterle a él mismo a esos padecimientos, lo que ellos hicieron de buena fé considerando lógicamente que si el hombre hablaba con tanta admiración de la crucifixión nada mejor se podía hacer por él que crucificarle.
Esto último me suena un poco vengativo por lo que debo aclarar que no estoy de acuerdo con aquello de que uno debe predicar con el ejemplo. Creo que la predicación y el ejemplo son dos cosas que deben separarse. Si uno atendiera al ejemplo de los otros y no a sus palabras, muy poco habríamos aprendido desde los albores de la humanidad. De hecho creo que una de las grandes enseñanzas de Jesucristo (no explícitas) fue la de no seguir el ejemplo de los otros sino el de las propias convicciones (en este caso el ejemplo de los otros eran las instituciones religiosas de entonces a las que acusaba de exceso de rituales y carencia de espiritualidad; con respecto a esto, por ejemplo, condenando las prohibiciones alimenticias decía: "no contamina lo que entra por tu boca, sino lo que sale de ella")
Un texto lúcido, certero, equilibrado y bien escrito.
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