El hombre está demasiado atado a su cuerpo. Nos dominan los instintos aunque sus efectos se hayan desmandado y sofisticado hasta las dimensiones de las grandes multinacionales, que al final vienen a satisfacer el ansia de territorio, de liderazgo de tribu, de asegurar los alimentos. Lanzamos los misiles con la misma filosofía con que los arcaicos africanos lanzaban sus dardos con punta de piedra.
Hace falta más racionalidad y la razón debe despegarse del cuerpo, prescindir de él si es necesario. Esta es la gran enseñanza de los terroristas suicidas. Su confianza en un concepto racional, como es el de la venganza, y la fe, es tan alta que supera a su instinto de supervivencia. Sin embargo, y es lo que hace que tan sólo sean el vestigio antediluviano del hombre del futuro, sólo utilizan esta fuerza de la razón para el mal: para matar, y en esto siguen obedeciendo a la carne, que sólo concibe el poder como capacidad de destrucción.
El hombre racional del futuro no carece de instinto de supervivencia, pero ese instinto es global. La propia muerte les será indiferente. Lo que importa es la supervivencia de la especie (Volvemos con esto a las plantas, y a los insectos). La razón imperará de tal manera que no habrá tabúes sino leyes. Las relaciones entre las personas no estarán condicionadas por su desconfianza instintiva. No habrá miseria porque los miserables preferirán estar muertos a andar pasando desgracias. No se acumularán riquezas porque es un absurdo no utilizarlas. Habrá mayor solidaridad porque no habrá desconfianzas inútiles. Tampoco habrá opresores porque los oprimidos preferirán morirse a aguantar las tonterías de uno que se cree poderoso y éste no tendrá a quien oprimir. Y los que decidan no morirse lucharán y tendrán la partida ganada porque si pierden pueden decidir no sufrir las consecuencias.
(La ley en contra del suicidio es, actualmente, una ley racional, según mi apreciación. El pecado del suicidio, en cambio, es lastimosamente instintivo)
También será un mundo aparentemente más cruel visto desde nuestra óptica actual. La investigación científica no tendrá tabúes. Crecerán determinados delitos, como el tráfico de órganos, aunque se verá contrarrestado con la legalización de la donación en vida. La pena de muerte se institucionalizará. La justicia prácticamente será mecanizada. ¡Ah, el sexo! No costará tanto convencer a las mujeres de que se dejen magrear. El concepto de belleza variará como ahora las modas en el vestir (¡Los gordos estaremos un día arriba!)
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Cuando uno trata de pensar como sería un mundo completamente racional se da cuenta de lo imposible de ese mundo. Nos es absolutamente necesario el cuerpo, la parte física, el instinto que sirva como base y límite al infinito de posibilidades de la razón. Un hombre completamente racional hoy es un hombre completamente caótico. Para llegar a esto hace falta todavía mucha evolución interior. Si al mismo ritmo que nuestra evolución social, al menos seis mil años de evolución interior para llegar a un grado de conocimiento y control mínimo de nosotros mismos que nos permita alcanzar la luna de una convivencia pacífica y equilibrada.
No creo.. Dudo mucho que tras años se logre esa "evolución interior", los instintos forman parte de nuestra esencia, a no ser que la raza humana "evolucione" o algo similar.
ResponderEliminarMás bien creo que habría que actuar en otros ámbitos: legislación, revoluciones sociales, etcétera.