miércoles, 30 de abril de 2025

Gatópolis año seis mil

 Se cuenta que en aquellos bárbaros tiempos, para controlar la población gatuna, metían a las camadas de gatitos recién nacidos en una bolsa y los arrojaban a un río. Eso en principio. Porque los gatos siempre fueron pasto de las alimañas humanas, con los que se ejercitaban para afinar sus habilidades criminales.

 Desde niños se jugaba a atarles a la cola todo tipo de artilugios para divertirse mirando las alocadas correrías del pobre animal huyendo de un peligro que le seguía implacablemente, fueran cacharros o botellas con sus ruidos amenazadores, ya fuera incluso fuego. No era raro que los mismo niños y los mayores se retasen a matar gatos, bien con sus manos o con instrumentos de tortura tales como palos o cuchillos. Al punto de gozar lanzando gatitos recién nacidos contra la pared. 

Se aprovechaban la pacífica convivencia que los gatos les concedían inocentemente creyendo que les agradecerían los múltiples servicios  que les procuraban, como librarles de la incómoda molestia de otras especies, tales como ratones o cucarachas. Incomprensiblemente mostraban una mayor deferencia hacia los perros; sin duda porque, en muchos casos, estos, a su vez, adoptaban con facilidad las costumbres bárbaras que aquellos le enseñaban con diligencia. Era tal la saña con que trataban a nuestra especie que hasta cuando se peleaban entre ellos, los hombres tenían por costumbre meter gatos adultos en bolsas de arpillera y lanzarlos al mar para que se ahogaran. Y no se contentaban con eso, sino que, para aumentar su sufrimiento, metían con ellos un hombre.


jueves, 24 de abril de 2025

Relato de un peregrino y un señor que pasaba

 Contexto: 

Estaba ojeando un librito, Relato de un peregrino ruso, que no sé por qué  «me llegó a las manos» , dicho sea entrecomillado porque en realidad se trata de un libro electrónico, del que ya he oído hablar y que probablemente me he descargado más de una vez sin haber pillado el momento de echarle un vistazo. Supongo que con la proximidad de la SS y la muerte del más alto dignatario eclesiástico, y que por las mañanas me entretengo escribiendo mientras me tomo la leche con gofio, ascendió de las profundidades y flotó en el errático mar de la conciencia medio despierta de por las mañanas. 

El caso es que comienza con un señor orando y que recibe o lee una frase: 

 «orad sin cesar» 

— ¿Esto quiere decir que no debo buscar a nadie que dirija mi rezo sino que debo encontrar mi propio camino de oración?

— No. Eso quiere decir que debes repasar conceptos de ortografía, acentuación, tilde, etc.

— ¡Ah, claro!

—  «Ah, claro» , ¿qué?

—  «Ah, claro», que usted es el típico gilipollas que se cree más listo que los demás porque les ha visto una salpicadura, mientras ellos chapotean en el lodo.

— Al menos no confundo un nombre con un verbo. Ore usted como le dé la gana.

— A  mí la oración no me la toque.

— Siempre que cuide la sintaxis.

— ¿Se refiere a una ciudad sin servicio público de transporte individual?

— ¿Es usted siempre tan sobreactuado?

— Solo trato de mantener una conversación a un cierto nivel de profundidad.

— Pues lo primero que debería usted hacer es respetar el contexto.

— No sabía que estuviéramos interpretando un guión. ¿Qué hay, entonces, del libre albedrío?

— ¿Se refiere a la voluntad no gobernada por la razón sino por el apetito, antojo o capricho? Pues que debe ser dominado, sometido, sojuzgado por la razón bajo criterios morales.

— ¿Y quién nos dicta esos criterios morales si no es una voluntad superior que ejerza sobre nosotros un poder corrector si nos desviamos del recto camino?

— Esto es, ¿un césar, mismamente?

— Luego  «orad sin cesar» es, claramente una incitación a la anarquía.

— Y dale.

— No sé qué le fastidia tanto. Es una conclusión lógica extraída de su propia argumentación.

— Me fastidia que por un equívoco sintáctico que usted no parece advertir entre en una interpretación semántica de la que extrae un conflicto inexistente.

— Pues me he quedado igual. Ni aire en la cara he notado. ¿Quiere dejarse de sutilezas y agarrar el sacho de una vez?

— Trataré de ser didáctico: La palabra  «cesar» no lleva tilde, por lo que, siguiendo las reglas de la prosodia…

— ¿Una orden monástica, quizá?

— Antiquísima. Que se ha ido renovando y adaptando a las costumbres del siglo según estas van mudando. Ya veo que usted de gramática no está muy puesto.

— Pues me gusta mucho el teatro, no crea usted. Y he sido actor aficionado. He representado a Judas en la Semana Santa de mi pueblo.

— Supongo que de ahí le vendrá el equívoco:  «a cesar lo que es de cesar».

— No, esa línea era de Paco, el panadero, que hacía de Jesucristo.

— Y supongo que se detuvo, claro; porque es lo que tocaba.

— Lo detuvieron, cierto, y lo mataron. ¿Es que no ha leído usted el libro?

— Se habrán quedado sin panadero.

— Usted sabe que todo es ficción. No lo matamos de verdad. Menudo peso en la conciencia me llevaría yo, que, como dije, hacía de Judas.

— Sus buenas moneditas que se llevó, que le dieron para comprarse un terrenito.

— Rústico, nada más. 

— Imagínese lo que valdría ahora. Con el crecimiento de la ciudad ahora estará en pleno centro.

— ¿No nos estamos alejando mucho del tema?

— Como decía el gato de Cheshire, cuando no se sabe adónde se va cualquier camino es el correcto.

— Conoce usted a mucha gente.

— Volviendo a la gramática...

— Fuera de esa vez, la que hice de Judas, no he tenido más experiencia en teatro.

— Ggggramática, no ddddramática. El arte de hablar y escribir correctamente. Y por añadidura de leer correctamente, que es en donde usted cojea, amigo.

— ¿Cree, el señorito gramático, que cojeo en eso?

— Insistentemente. Volvamos a la prosodia.

— La orden religiosa que decía.

— No es una orden religiosa, alma de cántaro, es la parte de la gramática que enseña la recta pronunciación y acentuación.

— ¿Me va a decir usted que yo no pronuncio y acentúo bien?

— Como mínimo le voy a decir que no se fija usted bien en lo que lee. Como decía: la palabra  «cesar» no lleva tilde, por lo que siguiendo las reglas de la prosodia se ha de pronunciar acentuando la vocal «a» en cuyo caso su significado no es: emperador, jefe supremo, líder, soberano, rey; sino que su significado es:  interrumpirse, acabarse algo.

— ¡Ah, vaya! Así que  «orad sin cesar» significa…

— ¡equilicuá!

— Pues me pongo enseguida. Muchas gracias, caballero.

— Las que usted tiene, señor peregrino, y cesemos ya esta conversación.

— Ese final es kitchs y rompe con la armonía y sobriedad de la conversación hasta el momento.

— ¡Adiós el semiólogo! Y no es  «kitchs»  sino  «kitsch» .

— Como sea. Cesemos.