Contexto:
Estaba ojeando un librito, Relato de un peregrino ruso, que no sé por qué «me llegó a las manos» , dicho sea entrecomillado porque en realidad se trata de un libro electrónico, del que ya he oído hablar y que probablemente me he descargado más de una vez sin haber pillado el momento de echarle un vistazo. Supongo que con la proximidad de la SS y la muerte del más alto dignatario eclesiástico, y que por las mañanas me entretengo escribiendo mientras me tomo la leche con gofio, ascendió de las profundidades y flotó en el errático mar de la conciencia medio despierta de por las mañanas.
El caso es que comienza con un señor orando y que recibe o lee una frase:
«orad sin cesar»
— ¿Esto quiere decir que no debo buscar a nadie que dirija mi rezo sino que debo encontrar mi propio camino de oración?
— No. Eso quiere decir que debes repasar conceptos de ortografía, acentuación, tilde, etc.
— ¡Ah, claro!
— «Ah, claro» , ¿qué?
— «Ah, claro», que usted es el típico gilipollas que se cree más listo que los demás porque les ha visto una salpicadura, mientras ellos chapotean en el lodo.
— Al menos no confundo un nombre con un verbo. Ore usted como le dé la gana.
— A mí la oración no me la toque.
— Siempre que cuide la sintaxis.
— ¿Se refiere a una ciudad sin servicio público de transporte individual?
— ¿Es usted siempre tan sobreactuado?
— Solo trato de mantener una conversación a un cierto nivel de profundidad.
— Pues lo primero que debería usted hacer es respetar el contexto.
— No sabía que estuviéramos interpretando un guión. ¿Qué hay, entonces, del libre albedrío?
— ¿Se refiere a la voluntad no gobernada por la razón sino por el apetito, antojo o capricho? Pues que debe ser dominado, sometido, sojuzgado por la razón bajo criterios morales.
— ¿Y quién nos dicta esos criterios morales si no es una voluntad superior que ejerza sobre nosotros un poder corrector si nos desviamos del recto camino?
— Esto es, ¿un césar, mismamente?
— Luego «orad sin cesar» es, claramente una incitación a la anarquía.
— Y dale.
— No sé qué le fastidia tanto. Es una conclusión lógica extraída de su propia argumentación.
— Me fastidia que por un equívoco sintáctico que usted no parece advertir entre en una interpretación semántica de la que extrae un conflicto inexistente.
— Pues me he quedado igual. Ni aire en la cara he notado. ¿Quiere dejarse de sutilezas y agarrar el sacho de una vez?
— Trataré de ser didáctico: La palabra «cesar» no lleva tilde, por lo que, siguiendo las reglas de la prosodia…
— ¿Una orden monástica, quizá?
— Antiquísima. Que se ha ido renovando y adaptando a las costumbres del siglo según estas van mudando. Ya veo que usted de gramática no está muy puesto.
— Pues me gusta mucho el teatro, no crea usted. Y he sido actor aficionado. He representado a Judas en la Semana Santa de mi pueblo.
— Supongo que de ahí le vendrá el equívoco: «a cesar lo que es de cesar».
— No, esa línea era de Paco, el panadero, que hacía de Jesucristo.
— Y supongo que se detuvo, claro; porque es lo que tocaba.
— Lo detuvieron, cierto, y lo mataron. ¿Es que no ha leído usted el libro?
— Se habrán quedado sin panadero.
— Usted sabe que todo es ficción. No lo matamos de verdad. Menudo peso en la conciencia me llevaría yo, que, como dije, hacía de Judas.
— Sus buenas moneditas que se llevó, que le dieron para comprarse un terrenito.
— Rústico, nada más.
— Imagínese lo que valdría ahora. Con el crecimiento de la ciudad ahora estará en pleno centro.
— ¿No nos estamos alejando mucho del tema?
— Como decía el gato de Cheshire, cuando no se sabe adónde se va cualquier camino es el correcto.
— Conoce usted a mucha gente.
— Volviendo a la gramática...
— Fuera de esa vez, la que hice de Judas, no he tenido más experiencia en teatro.
— Ggggramática, no ddddramática. El arte de hablar y escribir correctamente. Y por añadidura de leer correctamente, que es en donde usted cojea, amigo.
— ¿Cree, el señorito gramático, que cojeo en eso?
— Insistentemente. Volvamos a la prosodia.
— La orden religiosa que decía.
— No es una orden religiosa, alma de cántaro, es la parte de la gramática que enseña la recta pronunciación y acentuación.
— ¿Me va a decir usted que yo no pronuncio y acentúo bien?
— Como mínimo le voy a decir que no se fija usted bien en lo que lee. Como decía: la palabra «cesar» no lleva tilde, por lo que siguiendo las reglas de la prosodia se ha de pronunciar acentuando la vocal «a» en cuyo caso su significado no es: emperador, jefe supremo, líder, soberano, rey; sino que su significado es: interrumpirse, acabarse algo.
— ¡Ah, vaya! Así que «orad sin cesar» significa…
— ¡equilicuá!
— Pues me pongo enseguida. Muchas gracias, caballero.
— Las que usted tiene, señor peregrino, y cesemos ya esta conversación.
— Ese final es kitchs y rompe con la armonía y sobriedad de la conversación hasta el momento.
— ¡Adiós el semiólogo! Y no es «kitchs» sino «kitsch» .
— Como sea. Cesemos.