martes, 2 de septiembre de 2025

Historias paralelas: La toma de Constantinopla vs La toma de Gaza

 El 27 de mayo de 1453 según el calendario Juliano, efectivo en ese momento, y que para los bizantinos era el 27 de mayo 6961, porque databan el comienzo del tiempo un poquito más atrás, exactamente al comienzo del mundo, el 1 de septiembre de 5509 a.C, cayó Constantinopla y con ella lo que llamábamos El Imperio Bizantino. 

Ya no tenía mucho de imperio, apenas conservaba la ciudad de Constantinopla, y allá al fondo, en la  punta más alejada a orillas del mar Negro, pero en la zona asiática, quedaba la ciudad de Trebisonda, que caería poco después. 

La cosa, por lo visto, afectó mucho en Occidente. Aquí se llevaron las manos a la cabeza lamentándolo. Se escribieron sentidos clamores por el fin de una época, el último coletazo de lo que alguna vez fue el Imperio Romano. Pero lo cierto es que el amigo Constantino XII  estuvo dando vueltas por ahí, por Italia y Europa, solicitando ayuda. Recibió mucho aliento, mucho ánimo, amigo estamos todos contigo y poco más. Y por lo visto había una flota veneciana apostada cerca, que si llega a intervenir a lo mejor los turcos otomanos se lo hubieran pensado y hubieran pospuesto el asalto, que, después de varios intentos, el Mahomet II el conquistador, ya estaba perdiendo la paciencia −¿se pueden creer que tenía apenas veintiún años?−. Pero nada, la dejaron sola frente al turco. 

Y el turco entró. Por cierto, porque se dejaron una puerta abierta. Inexplicablemente, dice el libro, pero sabiendo los tejemanejes que se traían en las cortes bizantinas, donde el que por la mañana te había dado un abrazo, por la tarde le había pagado a alguien para que te apuñalara (allí eran más de sacar los ojos, porque matar a gente de tanta alcurnia estaba mal visto) no le extraña a uno que un hijo de un portero que se hubiera sentido despechado porque el basileo no le hubiera dado los buenos días esa mañana se dijera, ah, sí, pues ahora vas a ver quién soy yo.

Total, que dicen que en total cayeron unas treinta mil personas, entre hombres, mujeres, niños y curas. Las otras treinta mil, que apenas habían sesenta mil personas en la ciudad, el resto había ya traspuesto convencidas de que este era el último intento de toma de Constantinopla, probablemente fueron esclavizados. 

En aquellos tiempos las personas eran parte del botín, tan valioso como un cáliz de oro o una seda de la china. Hoy, el cáliz o la seda siguen teniendo valor, pero las personas ya no hay dónde venderlas o se cotizan a muy bajo precio, seguramente, a juzgar por las que se van acumulando en las costas mediterráneas sin que nadie les saque beneficio alguno.

A mí lo que me sorprendió es eso de que tan solo murieran 30000 personas cuando se ha dicho que ahora mismo, en la heroica toma de la franja de Gaza van ya por  más de 60000 mil muertos. 

No es comparable claro, una toma con otra. Aquellos ofrecieron una gran resistencia, y tenían sus murallas que fueron imbatibles durante mil años. Estos, apenas parece que tienen unos cuantos túneles bajo tierra. Aquello acabó en un mes poco más o menos, a estos llevan dándoles de bombazos desde 2023 y eso que no tienen murallas y desde luego tampoco ejército que se les oponga. 

Yo creo que los ejércitos actuales ya no son como los de antes. A los soldados de antes les gustaba luchar. Eso de enfrentarse al contrario cuerpo a cuerpo, en largas batallas, correr, saltar, golpear, esquivar, y por fin matar o ser muertos. Cubrirse de cicatrices si sobrevivían, y después de sanados preguntar dónde era la próxima guerra.  Por supuesto, al final de la batalla, y muerto el combatiente (guiño) venía la gozosa rapiña, robos, asesinatos, violaciones de la población civil, que era el premio que conseguían  además de la paga semanal. Los soldados actuales, por lo menos estos del imperio israelí, parece que se salten la primera parte. Van directamente a la segunda. Y de la segunda, solo pueden contentarse con lo de matar, y alguna que otra cosa, porque lo de robar y rapiñar, bien saben ellos que no van a encontrar nada que les contente, porque bien saben que pocas oportunidades de hacerse con riquezas les han dado a lo largo de estos años. 

Tal vez en el futuro se estudie esta gesta histórica como se estudia hoy la toma de Constantinopla. Al fin y al cabo la ciudad de Gaza también tuvo su importancia en la antigüedad. No en vano, lo mismo que la ciudad de Constantinopla está en un punto estratégico entre continentes. Albergó, dicen, en su tiempo uno de los centros más importantes de cultura de la antigüedad, junto con Alejandría, Atenas y la misma Constantinopla. Una nota, no sé si muy grandilocuente, pero que resalte la importancia de la gesta: 

El gran Netanyahu I, el conquistador que imperó durante la primera mitad del siglo XXI y que consiguió acabar con el muslimerío. Sin mucha resistencia por parte de este, es verdad, e incluso con el apoyo o al menos la indiferencia de los más poderosos muslimes, que estaban ocupados en idear imbecilidades en las que gastar el dinero, que les sobra por lo visto, montando resorts de lujo en el desierto, edificios altísimos, islas artificiales y mundiales de futbol. Y ante la pasmosa indiferencia de Occidente ocupada en reírle las gracias al emperador de Occidente el sin par Donaldo I, y preocupadísima por las atrocidades que el sanguinario zar de todas las rusias, Putin, también I, cometía con la inocente doncella ucraniana. 


martes, 19 de agosto de 2025

La playa

 Me gusta la playa porque es uno de los pocos lugares donde me paso el tiempo sin que me asalten ataques de culpa por no estar haciendo otra cosa −no sé qué otras cosas, porque yo nunca tengo nada más importante que hacer, no creo en la importancia de las cosas que se tienen que hacer, si fueran importantes se harían solas −. 

En la playa debe ser el único lugar al que se va a no hacer nada, a estar allí, a mirar, a dejarse achicharrar por el sol, leer si dan ganas −si las moscas y el viento arenoso te dejan, si no, pues no se lee, se medita, se duerme, se mira, se está −. Bañarse como quien toma las aguas en un balneario, charlando con gente si la tiene alrededor, nadando si la mar está en calma o jugando con las olas si hay olas −me gustan las olas, casi las percibo como cachorritos, como animalillos que juegan conmigo, que me empujan, brutas y me revuelcan, y luego me piden perdón con su espuma ligera, que me topan por detrás si me quiero ir, déjame, Platero−. Mirando el cielo y sorprendiéndome de que siga allí, con sus nubes flotando lánguidamente indiferentes a la prisa del mundo, como yo en ese momento, que me sorprendo y me alegro de mi falta de preocupaciones y me digo por qué no vengo más a menudo a la playa; como los árboles ligeramente mecidos por la brisa, los niños haciendo castillos de arena ajenos al drama humano; aquellos barcos en perspectiva y los aviones cruzando el cielo recordando, parece mentira, que todo sigue en movimiento frenético, pero que allá al fondo hacen bonito, contribuyen a la placidez de todo. 

Claro, yo voy a la playa temprano en la mañana y poco antes de las once la abandono, se la cedo a las hordas que traen transistores, parasoles, sillas, neveras, pelotas, tablas para "hacer olas", gritos, colillas, botes de zumo, toallas de colores, bullicio; que se empujan para hacer hueco, que «guardan» sitio para los que vendrán, que se tiran arena a la cara al pasar, que saltan, juegan, se muestran, se miran, se untan cremas,  toman el sol, se bañan, todo eso que se llama «disfrutar de la playa».