Mis siete pecados capitales.
Me aburría y como siempre que me aburro le presto atención a cualquier cosa que me pase por la imaginación, y en esta ocasión me pasó la expresión pecados capitales y empecé a preguntarme, exactamente cuáles son, y por qué son, y a quién se le ocurrió lo de enumerarlos y ponerlos como referente de los pecados. Todo lo que sigue es fruto de ese rato de aburrimiento.
Siempre había creído que lo de capital en los Pecados Capitales se debía a que eran los más graves, porque asumía la acepción de «principal o muy grande» de la RAE, pero ahora, que se me ha ocurrido buscarlo en algún catecismo por internet resulta que capital se debe más bien a «perteneciente o relativo a la cabeza», pues sus proponentes desde Santo Tomás consideraban que eran los pecados cabecera o que daban pie a todos los demás que uno pudiera cometer. Es decir, son una fuente o motivación de pecados. Soberbia, Avaricia, Ira, Pereza Gula, Lujuria y Envidia, son, de algún modo motores del comportamiento desencaminado y deben dominarse para alcanzar la virtud. Cada uno de ellos tiene su contrapartida, las virtudes: Humildad, Generosidad, Paciencia, Diligencia, Templanza, Castidad y Caridad, que deberían fomentarse para ahogar aquellos impulsos.
Dando vueltas a esto me acordé del Eneagrama de la Personalidad de Claudio Naranjo, aquel circulito en el que se establecían una serie de puntos -nueve en concreto- que, conforme nos arrimásemos a unos u otros de ellos –que estaban enlazados por relaciones etc. hasta formar tres grandes grupos: emocional, mental o instintivo– podíamos catalogar nuestra personalidad. Los nueve tipos eran exactamente los siete pecados capitales, y a estos se les añadían dos: el miedo y la vanidad. Cuando leí el libro recuerdo haber intentado encajarme en alguna parte, no recuerdo si lo conseguí, pero tampoco importa porque ahora, hoy, probablemente ya soy otro, así que empecemos de nuevo y analicémonos; se impone un examen de conciencia. Para abordarlo se me ha ocurrido ordenar mis siete pecados capitales por orden de importancia y aquí están.
Creo que sin dudarlo el primero es la Pereza. No tengo especial amor al trabajo, ni tampoco soy propenso a elaborar proyectos de futuro, cualquier perspectiva de actuación se me presenta, en primera instancia, como una inquietud; después, si no queda más remedio, actuaré, tampoco tiendo al abandono. No soy pertinaz en el trabajo; si no recibo alguna recompensa, principalmente mi propia satisfacción, no se me apetece continuar, y soy muy exigente, al parecer, con lo que colme mi satisfacción y, al mismo tiempo, muy complaciente con mis apetencias. Por eso mi segundo pecado capital es la Gula. Soy un comilón, me gusta comer y me gusta beber y aunque en realidad no soy guloso no me gustan las restricciones en este aspecto. Si me las impongo es más por disciplina que por conciencia de pecado, que también la tengo porque es una falta de autocontrol, pero apenas me influye para la toma de decisiones sobre si me como otro plato o no. Claro, la Lujuria siempre está muy cerca de la Gula. Esta no es que la practique mucho, está en franca decadencia, seamos claros, pero los ojillos se me siguen avivando ante las mujeres, aunque ya no las manos. En cuanto al cuerpo, me tiene muy desilusionado y no digo más porque de estos temas siempre da mucho pudor hablar cuando uno se sabe muy poco competente y nada competido. Mi cuarto pecado debe ser seguro la Avaricia. Temo la indigencia. Desconfío profundamente de mis capacidades de supervivencia así que procuro mantener un colchón que me evite en lo posible que se demuestren mis hipótesis de incapacidad. Por otro lado no necesito demasiadas cosas, gasto lo necesario y hasta me extiendo un poquito, para mi gusto; pero sospecho que desde fuera mis lujos más parecen ahorros que dispensas. De los tres que quedan no me identifico con ninguno. Los he enumerado casi por azar. No me considero envidioso, aunque, como dice Bernardo Soares, se podría decir que «envidio a todo el mundo no ser yo», no porque ser yo tenga algo de malo, sino porque ya lo soy y no soy ellos. No obstante, volviendo a la realidad sonante y palpante, sí que me he visto irritado en alguna medida porque algunas personas obtienen unos resultados que yo, considerándome más capacitado, no obtengo. Cierto que enseguida razono que tal vez mi opinión sobre mí no sea demasiado objetiva, y que tal vez si consideramos otros modelos, añadiendo más variables, mis capacidades en conjunto se vean bastante mermadas. Hablo en concreto de la literatura, claro. Me considero –y aquí abordaríamos el tema de la Soberbia que sería el sexto pecado– mejor escritor, es decir, que escribo mejor y abordo temas más interesantes, que muchos que están más orgullosos de su escritura que yo de la mía y la venden con más aspavientos que méritos, obteniendo mejores resultados en cuanto a lectores que yo, y no comprendo cómo lo consiguen ellos y no lo consigo yo; la soberbia no puede admitir que el otro obtenga mejores beneficios que nosotros honestamente, así su intríngulis está en que le atribuye prácticas deshonestas, ajenas al oficio, como hago yo con mis competidores de los que digo que igual venderían crece-pelos o boletos en una rifa de feria. No me llevan, sin embargo, estas desilusiones a la Ira. De hecho tengo que hacer esfuerzos para recordar cuándo fue la última vez que me enfadé por alguna, cualquiera, razón, y siempre puedo atribuirlo a contextos desfavorables que me socavaban el ánimo más que a una predisposición interior. No tengo razones para enfadarme, al menos en el asunto de mi escaso éxito literario porque , y volvemos al principio, todo mérito que se merezca debe ser fruto del propio esfuerzo y he de reconocer que si tengo que esforzarme para alcanzar y mantener el éxito, mejor me quedo como estoy.
Y este es el resumen de mi examen de conciencia. No sé qué conclusión sacar, salvo la de que me encanta la gracia que tiene lo escrito y que describe a un perfecto ninguno cualquiera con el que no se indentificaría nadie. Ni yo me identifico conmigo mismo, será porque ya lo soy y uno nunca valora lo que ya tiene entre manos. Espero mejorar, es lo único que se me ocurre decir como acto de contrición, no lo digo con mucho convencimiento. AMEN