domingo, 14 de agosto de 2022

La belleza del mundo, de Héctor Tizón

 


Otra recomendación de Ortega y Porrini (*), un autor que desconocía completamente pese a que en la reseña biográfica del final se dice que «Es uno de los más grandes narradores contemporáneos en lengua española», cosa de la que no me cabe duda después de haber leído este libro suyo.

Es argentino (1929-2012), claro, como casi todas las recomendaciones de Ortega y Porrini, y de esa generación oscurecida por por la generación de Borges, Oliverio Girondo, Roberto Artl, Leopoldo Marechal, etc. Como Juan José Saer al que recientemente he leído, aunque al menos a este lo conocía de nombre. 

La belleza del mundo, no es una novela de amores. Yo diría que no es una novela de… algo. Sí habla de un amor, de un hombre abandonado por una mujer, que vagabundea durante veinte años por el mundo, al menos una pequeña parte de él, hasta regresar para saber y recuperar la paz. Este sería el resumen. Y es todo lo que voy a decir de su historia.

Leo varios libros al mismo tiempo y comparo los libros que he leído con los que estoy leyendo, ese es el fundamento de la medida. Este libro, mientras lo leía, me venía recordando a El sacrilegio de Allan Kent de Erskine Caldwell. No en la historia, sino en esa forma de contar fría, desapasionada, sentenciosa. El narrador es muy filosófico y acostumbra a cerrar sus segmentos de reflexión con una sentencia, una frase concluyente y totalizadora que forman en conjunto un tratado, tal vez sobre la vida. 

La belleza siempre es un milagro.

 

Tal vez habría querido decir que los grandes dolores son mudos, porque las verdaderas desgracias no se confiesan.

 

Hay que amar lo que es absolutamente digno de amor, y no lo que es sólo digno en determinados aspectos y en otros no… Nada de lo que existe es absolutamente digno de amor… Por lo tanto sólo podemos amar aquello que no existe.

 

El estilo es muy sencillo. De frase generalmente corta y párrafo breve, aunque sin llegar los extremos del citado Sacrilegio. Es algo en el tono de escritura, en las sensaciones que transmite lo que me lo recuerda. Y yo diría, porque también me lo recuerda, que transpira un tono de narraciones clásicas, los llamados cuentos infantiles tipo Hermanos Grimm, o Andersen, por el estilo que parece vocalizar despacio para ser bien entendido. Ser preciso en la descripción y no enredarse con la gramática.

También la historia tiene algo de fábula, no abandonan los personajes la inocencia pese a que les suceden o cometen hechos trágicos, (nada de crímenes ni sangrerío, hablo de abandonos, traiciones, hablo de emociones intensas, de soledad). Tal vez porque, por voz del narrador y a veces por sí mismos, reflexionan mucho acerca de lo que les ocurre y acaban aceptando la realidad tal y como se les presenta. Así, la idea general del texto es que la vida sucede y si usted quiere enturbiársela buscándole explicaciones o alimentando resentimientos, bueno está, pero todo eso resulta innecesario e inútil. Y esto es en esencia lo que comprende el personaje al final de su vida.

Ya nada le importaban las cosas ni los lugares. Pensó que quizá toda existencia individual era ilusoria, que la muerte y la vida del individuo nada significaban, que lo único que existe es la gran corriente que fluye, y que morir o matar es solo un gesto aparente.

En resumen, un descubrimiento, una demostración más de aquello que decía no sé si Hamlet, Macbeth o un hermano suyo  “hay más libros interesantes en las librerías de viejo de los que en tu vida vas a ser capaz ni de imaginar y entre ellos está tal vez El Libro”. Seguiremos descubriendo diamantes en el barro. Cómanse otros las flores frescas del día.


(*) Ahora, por más que la busco, no encuentro en qué programa hablaban de él y dudo si obtuve el nombre de ellos o de una conferencia de Roberto Bolaño sobre literatura argentina.

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