miércoles, 24 de abril de 2019

Parábola de los diez talentos.

Si oficio es la  ocupación habitual, mi oficio es la no ocupación habitual, interrumpida por necesidad por breves lapsos de ocupación a que me obliga el tener un cuerpo con necesidades. Mi buena suerte me ha permitido acceder a un puesto de trabajo sin una excesivamente celosa cadena de mando, aunque cada vez se ponen más coñones, a lo que se suma una prodigiosa capacidad innata a pasar desapercibido, a desaparecer de la atención y de las memorias de las gentes que me rodean con una facilidad que en ocasiones me hace dudar de mi propia existencia física.

Curiosamente officio en latín significa yo estorbo, yo obstaculizo, yo impido. Es intransitivo por lo que no lleva objeto directo, es decir, no se aplica sobre nada concreto, es, por así decirlo, un estado; el oficio, en una traducción de principiante es molestar a los demás, y puesto que mi oficio es la negación de esto, resulta que mi no oficiar deviene en un no molestar.

Si algún oficio siento tener, desde luego no viene de facio sino de somnio. Mi oficio es soñar, esa es en verdad la única obligación que siento, que es eso lo que significa la palabra que da origen, ahora sí, a esta de ahora: officium: deber, obligación.

Soñar, pero no hacer soñar, que también es un oficio que obliga a mucho trabajo y a mucho molestar, y para el que, está claro  – cincuenta y pico años fracasando me avalan –, no reúno ni el equivalente de un grano de mostaza de predisposición.

Soy eso que siempre se ha llamado un soñador y que ya casi no se oye porque probablemente es un no oficio demasiado desprestigiado y nadie quiere atribuírselo. En una sociedad capitalista, proactiva, económica, un soñador es precisamente un estorbo, un lastre, que no aporta conocimiento, que no aporta recursos, que no incrementa beneficios, que no consume. Hasta han tratado de prestigiar la palabra, sobre todo los americanos en sus películas, haciéndole corresponder con un fulano que se esfuerza muchísimo para conseguir alcanzar un objetivo grandioso en su existencia y que es capaz de sobrepasar por encima de cualquier obstáculo o cabeza para llegar a instalarse en una posición privilegiada.

Me da pereza solo escribirlo. Todo lo que espera de la vida un soñador ya lo ha conseguido y no lo tendrá nunca. Es esperarlo todo de la vida y saber que nada llega, por eso lo sueña. Conseguir, nunca le ha satisfecho, al contrario, conseguir es la peor de las desgracias porque es confirmar que no era eso, que tiene que haber más y que solo está al principio de un camino infinito. El soñar del soñador no es un querer, sino un querer seguir soñando. Por eso el soñador nunca tendrá un oficio. Hacer es solo comprender la banalidad de la existencia, lo efímero que es la realidad…

Algo como esto es lo que espero decirme a mí mismo al final de mis días en la Tierra para justificar tanta ineficacia, tanta falta de resultado, tan poco beneficio como le entrego al amo a su retorno, al devolverle los diez talentos que me dejó al partir
— ¿Ni un solo talento? –me preguntará, enojado.
— Ni uno –responderé, bajando la mirada humillado.
— Has sido un mal siervo –sentenciará.

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