miércoles, 20 de diciembre de 2017

A vueltas con lo de vivir

En un programa de la Samanta esa que gusta meterse durante veintiún días en los más siniestros berenjenales y que ayer hablaba de la felicidad, le preguntaba a dos famosos si para ellos la vida era larga o corta. Uno respondía que no solo le parecía que la vida era corta, sino que sentía que perdía demasiado tiempo durmiendo, que la obligación de descansar le parecía algo así como un robo de vida. Parecía que le molestaba tener que dejar de vivir para echarse un sueñecito reparador. En cambio al otro no le parecía corta la vida, lo que le parecían cortos eran los días.
Yo siempre aprovecho las entrevistas ajenas para cuestionarme a mí mismo, mi respuesta a esta pregunta tiene que ser que la vida no solo me parece larga, sino que ya llevo unos cuantos años haciendo tiempo mientras pasa. ¡Qué diferencia de concepciones entre la mía y la de aquel que piensa que hay que aprovechar al máximo, que hasta dormir le parece una pérdida de tiempo! En mi caso dormir es mi afición preferida, sobre todo si el sueño está bien poblado de sueños, cuanto más estrambóticos mejor.
Es cierto que estoy insatisfecho de mi vida, que muchas veces creo que la he malgastado. Que he dejado de hacer mucho, muchas veces por miedo, que yo disfrazo de prudencia; porque al final, si me comparo con la inmensa mayoría de la humanidad, soy un privilegiado -soy un privilegiado hasta si me comparo con la mayoría de mi... ciudad, vamos a ser prudentes que en mi barrio hay mucha pijería. Pero también es cierto que nunca he tenido eso que gustan llamar "sueños", es decir, objetivos, pretenciones, ambiciones. Lo más cerca de una ambición que he tenido es que me dejaran lo suficientemente en paz como para poder dedicarme a la lectura. Solo a la lectura, no al estudio, no al cultivo de la inteligencia, no: a la lectura simplemente. Si algo echo de menos, en realidad de más, son las obligaciones laborales, e incluso familiares, que no me dejan -porque tampoco quiero pasar por huraño- dedicarme a ello. Pero es verdad que de vez en cuando levanto la mirada del libro y me veo en la penosa obligación de vivir por necesidad. Y esos momentos no me resultan tan excitantes como a ese tipo de arriba. Al contrario. Cuando vivo, mi principal interés es terminar de vivir para poder recordar lo vivido con esa patina de emoción que realmente no sentía mientras vivía porque estaba demasiado alerta a todo lo demás también.
Pensando en eso de la vida me acordaba también, otro crítico contraste con la opinión del señor este que digo, de un poema de David Pulido que contiene una expresión que ya me sorprendió en su momento en boca de Saramago; no recuerdo a santo de qué lo decía él, pero decía que al final su conclusión era que vivir no había valido la pena. En el poema de Pulido la cosa es mucho más triste, porque el personaje se recuerda eso cada día: hoy no valió la pena vivir.

2 comentarios:

  1. Quizás sólo valga la pena vivir la vida de otro y no la de uno. Por eso la lectura, vicio que también apruebo.

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  2. Esa es una sospecha que vengo acumulando hace tiempo, que solo valga la pena vivir la vida de otro. Lástima no ser un ser de certezas.

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