Hay que dejarse fecundar por el azar.
Quiero decir, el mundo que percibimos es un estrecho mundo, férreamente filtrado por nuestra consideración. Sólo dejamos pasar aquello que nuestra propia consideración considera aceptable, y rechazamos incluso antes de conocerlo, aquello que ya tenemos catalogado como inaceptable, entre lo que, a menudo, incluimos lo desconocido, lo que hasta ahora no habíamos conocido. Así vamos conformando nuestro mundo en torno a nosotros, amigos, gustos, placeres, pensamiento, rechazos, odios, lo que sea. Y a fuerza de cegarnos a cualquier otra cosa acabamos creyendo que ese es el mundo, que el mundo es lo que nosotros percibimos. Y de pronto aparece algo extraño a ese mundo, y nos quedamos aterrados porque para nosotros es un monstruo, es decir, un ente inconcebible en lo que hasta ahora considerábamos mundo. Los monstruos son todo eso que acecha en la oscuridad más allá de nuestra percepción. Pero no son monstruos, lo mismo no son monstruos nuestros rechazos o nuestros odios, sabemos que rechazamos a determinadas personas, determinados peligros, rechazamos determinadas comidas porque las sabemos desagradables o tóxicas, eso no son monstruos, porque sabemos que están ahí y los rechazamos o los ignoramos a propósito. Lo que ocurre con los monstruos es que para nosotros no existen y si de pronto surgen en nuestro mundo parecen hacerlo de la nada, de la oscuridad, de donde no creíamos que hubiera nada.
Por eso hay que mantener la puerta abierta al azar. No controlarlo todo, dejarnos cuando menos explorar lo desconocido, a lo que hemos llegado sin elegir, sin decidir, solo eso nos va a permitir incorporar nuevos elementos a nuestro mundo y nos va a entrenar para aceptar o rechazar novedades sin calificarlas de monstruosas o sobrenaturales.
Quiero decir, el mundo que percibimos es un estrecho mundo, férreamente filtrado por nuestra consideración. Sólo dejamos pasar aquello que nuestra propia consideración considera aceptable, y rechazamos incluso antes de conocerlo, aquello que ya tenemos catalogado como inaceptable, entre lo que, a menudo, incluimos lo desconocido, lo que hasta ahora no habíamos conocido. Así vamos conformando nuestro mundo en torno a nosotros, amigos, gustos, placeres, pensamiento, rechazos, odios, lo que sea. Y a fuerza de cegarnos a cualquier otra cosa acabamos creyendo que ese es el mundo, que el mundo es lo que nosotros percibimos. Y de pronto aparece algo extraño a ese mundo, y nos quedamos aterrados porque para nosotros es un monstruo, es decir, un ente inconcebible en lo que hasta ahora considerábamos mundo. Los monstruos son todo eso que acecha en la oscuridad más allá de nuestra percepción. Pero no son monstruos, lo mismo no son monstruos nuestros rechazos o nuestros odios, sabemos que rechazamos a determinadas personas, determinados peligros, rechazamos determinadas comidas porque las sabemos desagradables o tóxicas, eso no son monstruos, porque sabemos que están ahí y los rechazamos o los ignoramos a propósito. Lo que ocurre con los monstruos es que para nosotros no existen y si de pronto surgen en nuestro mundo parecen hacerlo de la nada, de la oscuridad, de donde no creíamos que hubiera nada.
Por eso hay que mantener la puerta abierta al azar. No controlarlo todo, dejarnos cuando menos explorar lo desconocido, a lo que hemos llegado sin elegir, sin decidir, solo eso nos va a permitir incorporar nuevos elementos a nuestro mundo y nos va a entrenar para aceptar o rechazar novedades sin calificarlas de monstruosas o sobrenaturales.
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