Si la muerte fuera
ese instante eterno
que algunos
imaginan, yo querría
morir en algunos
libros -en las sensaciones
que me provocó
leerlos-
(Industrias y
andanzas de Alfanhuí,
La nave de los locos
de Cristina Peri Rosi,
On the road, de
Kerouac,
o El Libro del
Desasosiego),
algunos domingos por
la mañana,
de regreso de pasear
al perro y después del café,
en unos tangos de
[cantados por] Goyeneche
y unos poquitos
recuerdos ya moldeados
por el olvido. A eso
lo llamaría
Paraíso.
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