Jacinta se entera por Ido del Sagrario de que el niño que
tiene José Izquierdo recogido en su casa es un hijo de Fortunata y de su
queridísimo Delfín. Este le ha
relatado punto por punto su historia con Fortunata, de cómo la abandonó cuando
ella le comunicó su estado, así que el cuento de Ido tiene visos de ser
verídico. Hablando con Izquierdo, este, en medio del mareante y fantasioso relato
de sus andanzas por todos los conatos de rebelión habido por la península, le
cuenta que cuando recaló por Barcelona se cruzó con Fortunata. De ahí, dedujo
Jacinta, se trajo el niño.
Por mediación de Guillermina, que aprovecha cualquier
ocasión para arramblar una dádiva para su obra benéfica, arregla con Izquierdo
la compra del niño. Todo ha sido
hecho en secreto, aunque a punto ha estado de revelarle la operación a Juan en
la intimidad de la alcoba. La primera en saberlo es su hermana Benigna, a
cuya casa lleva al niño mientras prepara
a sus suegros y esposo. Después entera a Barbarita, la suegra,
que en una primera instancia percibe claramente el parecido del niño con el
Juanito de su edad, no cabe duda. Es tal su ilusión que no puede refrenarse en
comprarle unas ropitas de marinero y un nacimiento. Pero luego, cuando
Barbarita habla con Baldomero y éste se comunica, en conversación secreta, con
Juanito, todo el entuerto es deshecho. Juanito se burla de la inocencia de
Jacinta, pero no le reprocha nada más que su bondad. El niño no es suyo. Está
seguro porque su hijo murió, él mismo vio el cuerpo. Y le relata con pelos y
señales la historia.
La última conversación la tiene Jacinta con Baldomero. Este
le comunica que el niño no puede quedarse en la casa, pero que desde luego se
harán cargo de él. Lo enviarán al hospicio de Guillermina y le pagarán a esta
todas las atenciones que hicieren falta. En un último arranque de sinceridad
don Baldomero confiesa que también por un momento le hizo ilusión que el niño
fuera hijo de Juanito, y para demostrarlo saca del armario un acordeoncito de
juguete que pensaba regalarle. Ahí se queda don Baldomero sonando el triste
acordeón, que escucha doña Barbarita entrando en el despacho. Le hace tanta
gracia su sonido que se va con él sonando, con la intención de llevárselo lo
antes posible al gamberrillo.
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