¿Me quieres, Dios?
Sí, hija mía, te quiero... comeerr, ¡Groouarrrs!, soy un terrible lobo feroz que me había disfrazado de Dios para comerteeee... Pero entonces, oh, amiguitos, llegó el cazador Ateo y ¡pum!, de un disparo dejó seco al maldito Dios-lobo feroz. Luego, tomando a la aterrada doncella en brazos, la alejó de aquella horrorosa visión de carne y sangre y vísceras de Dios esparcidas por el techo, colgajos de tripas bailando al ritmo del ventilador de aspas y trozos de sesos reptando pared abajo.
Y estaba tan bella la doncella y el bosque tan idílico y silencioso que el cazador, portando aquella dulce carga, se puso cachondo y así se los expresó inocentemente a la ya más apaciguada muchacha: ¡come! Y ella, glotona, comió del fruto prohibido y ahí se entregaron al pecado de la lujuria y al de la injuria, porque también blasfemaban acordándose de Dios, y al de la perjuria porque juraban y maldecían por lo bien que se lo estaban pasando. Y armaron tal alboroto que despertaron a todas las bestias oscuras del bosque con los gemidos y gruñidos y humedades y aromas que esparcía en tan frenéticos ejercicios impudorosos, pues habéis de saber, niños, que estaban desnudos. Y, decíamos, con aquel alboroto mayúsculo el bosque se fue despertando de su letargo -que termina en el nombre de una película horrible que vi una vez acompañado de una chica tan borracha como yo y es prácticamente el último recuerdo que tengo de ella, pues fue nuestra última cita y de la película solo recuerdo que a cada rato yo le pedía que me besara y ella lo hacía y también que alguien en la película puso un tema de Led Zeppelin, y no sé por qué me acuerdo de esto ahora, si no es porque esa noche en el hotel, donde trataba de olvidarla, una pareja en la habitación de al lado me la recordaba a rítmicos y frenéticos golpeteos acompañados de un canto gutural que no se resolvía nunca, igualito que mis personajes -y se fueron contagiando del humor festivo de nuestra feliz pareja de tal modo que comenzaron a reír y a gozar unos con otros sin distinción de especies ni sexos que hasta hoy se recuerda el barullo que se armó en aquel bosque de Babel. Y este fue seguramente el origen de otras historias que, si os portáis bien, tal vez algún día también os contaremos.
Y a mí que me parece que tú no eres un lobo, ¿no será una abuelita? |
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