lunes, 5 de mayo de 2014

Lánguidos enamoradizos

Las palabras no tienen términos medios. Las palabras se clavan como flechas. Las palabras exhiben sus sentidos como pancartas irrefutables. Las palabras reflejan mundos mentirosos. Las palabras, sin embargo, dicen las verdades, las terribles, amorosas crueldades. Y uno se las tiene que comer. Me las como, pues. Eso, y algunas cosas más. Pero eso también, como una culpa. Como un castigo. Como una carga inexcusable. Me gustan las verdades. Soy timorato. O la verdad o el silencio, no los engaños de la mentira, de la verdad esquinada, de la alusión esquiva. La verdad o el silencio –y el silencio es una mentira, tal vez excusable, tal vez no. Ahora, porque tú. Pero cuando no se tiene otra cosa, cuando hay tanta vaca suelta sin anillo en la nariz, cuando hay que nadar entre tanta mierda, cuando no le pides nada a serlo, cuando, sobre todo, miras, y no hay nada, lánguido enamoradizo, no es peor que algunas otras cosas. Quiero creer. Me va la vida en ello. No. No es serlo. Es no merecerlo. Eso es lo peor.

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