En el edificio de Arquitectura están celebrando un congreso. Con ese motivo han llenado el espacio de “cosas”, “objetos”: marcas en el suelo, trazadas con cintas adhesivas, sillas colocadas de alguna manera simbólica, unos churretones que sugieren manchas en el suelo, aunque también son pegotes, y hasta algo de basura tirada que he dudado si pertenece al “conjunto arquitectónico artístico” descrito o es consecuencia de una huelga en el servicio de limpieza que estamos disfrutando últimamente.
Naturalmente yo he pensado que todo aquello era un absurdo aleatorio, incapaz de darle un sentido, un orden, una explicación. Y ya iniciaba mi secuencia de pensamiento cínico despreciando la arbitrariedad artística de “estos arquitectos locos” cuando me he dado cuenta de que probablemente ellos tienen una explicación para todo esto. Una “explicación”, es decir, ellos podrían contarme una historia que relacionaría todos estos elementos, que es a lo que probablemente llamamos significado. Y de pronto me he dado cuenta de que la literatura es eso, una historia que relaciona elementos dispersos del mundo para darles un sentido. Ese sentido probablemente, como decían aquellos viejos ilustrados ingleses de los que alguna vez me he burlado, no existe previamente a mi historia. Y cualquier historia que pueda ser contada relacionándolos de otra matera sería otra igualmente buena explicación del mundo. Y entonces, Oh, Señor, estoy salvado, he llegado al concepto de Palabra Creadora. La palabra es creadora en ese sentido de explicar el mundo, que antes de la palabra no es más que un montón objetos aleatorios dispersos en él . La palabra -y “palabra” no se limita probablemente a ese limitado concepto que estoy usando yo aquí, sino algo más “ideal” a la manera que le he oído contar a mi némesis de estas últimas semanas, Walter Bénjamin-, es creadora del mundo en nuestra mente, en nuestra imaginación. La palabra ordena en nuestra mente el mundo de una determinada manera, y por lo tanto lo crea para nosotros, pues a partir de ese momento, vemos el mundo de esa manera, seleccionando de él aquello que está acorde con nuestra explicación e ignorando todo cuanto no es relevante para ella. Es decir, y creo que uno de aquellos ingleses ya lo decía, el mundo es según la explicación que yo le de a lo que percibo.
Y el verbo se hizo carne (Sémola 16:9)...
ResponderEliminarEs Palabra de Sémola. Amén.
Eliminar