En un capítulo de Los Simpson, el señor Barns ha amenazado a Homer con que le destruirá sus sueños, acabará con su porvenir. Homer queda muy afectado y por la noche, junto a Marge lloriquea en la cama. Ella le consuela: “Homer... cuando el mayor sueño de un hombre consiste en repetir el postre, algún achuchón ocasional y dormir hasta las 12 los festivos, nadie puede acabar con sus sueños”
En un comentario el otro día vine a decir que la única manera de experimentar la sensación de ser libre es la ignorancia. Cuando tu dirección es exactamente la misma que la del río, llegas a creer que eres tú el que empuja al río.
La sensación de ser “libre” no es más que una impresión interior de que todo cuando deseas hacer tienes posibilidad de hacerlo. Basta con no desear nada para ser libre, pues. Un siguiente nivel de esto sería adecuar tus deseos a tus posibilidades y circunstancias. Mucha gente no se sintió oprimida durante la época de Franco porque solo tenían tiempo de ir al trabajo y volver a casa con alguna ocasional paradita en el bar para tomar la última copa, ni se les ocurría imaginar que existiera una alternativa a esa vida. Hasta que irrumpió la televisión.
Para sentirte con falta de libertad tienes que tener deseos que no puedas cumplir porque algo, en principio ajeno a ti, te lo impida. A menudo los deseos nos surgen por imitación. Eso ya es adquisición de conocimiento: descubrir a otro disfrutando de algo que tú ni siquiera te habías planteado que pudiera ser disfrutable. Entonces te posee el deseo de probarlo. Y ahí tropiezas con la pared que antes no veías. Ahí notas que es el río el que te empuja y no tú el que empuja al río. Y empiezas a tratar de nadar hacia la orilla, o, peor, contra corriente.
Entonces se ponen nerviosos los gobernantes. Cuando el pueblo les reclama libertad, les acusa de no saber lo que están pidiendo. Cuando yo le pido innovaciones en la cama a mi mujer esta me replica que “veo demasiadas películas porno”. Esta viene a ser la respuesta de los gobernantes para descalificar los deseos de un pueblo -o una parte de él- que reclama “libertad”.
Mi señora no puede vetarme las películas porno, pero los gobiernos sí pueden controlar lo que sale por televisión, lo que se muestra en el cine y SOBRE TODO lo que se enseña en las escuelas.
Afortunadamente el sistema funciona, y los gobiernos no tienen mucho de qué quejarse con respecto a lo que sale en televisión -algún que otro programa coñón al que no es difícil acallar- o lo que se echa en los cines, pero de la educación hay que seguir ocupándose.
Otra gran ventaja del sistema es que el sistema se realimenta autoprotegiéndose: lo mismo que mi mujer me “acusa” de sueños locos inspirados por la pornografía, una parte de la población acusa a la otra de querer imitar costumbres que han visto en otras partes y que ellos, completamente satisfechos con su prodigiosa capacidad de empujar al río, no perciben más que como locos sueños de perezosos con demasiado tiempo libre.
Y así tenemos a una parte de la población, satisfecha, pues, aunque nunca está de más mejorar, “las cosas han sido así toda la vida”, y otra parte de la población insatisfecha porque percibe que hay más mundo del que le dejan mirar y cuando intenta acceder a ese mundo se encuentra rodeado de barreras. Son estos los que han percibido que en otras partes del mundo están mejor que nosotros y que si nosotros no estamos mejor no es por un imperativo del destino sino por la desidia e incapacidad de los gobernantes, o bien por su competitividad a la hora de mantener el estado de cosas que les interesan. Aquellos quizá también hayan vislumbrado esas otras partes del mundo pero otras partes del mundo no son esta parte del mundo, piensan, a qué viene traer costumbres extranjeras a nuestros usos consuetudinarios, si así ya estamos bien. Los que dicen esto son, generalmente, los que están más cómodos.
Si acudimos a la psicología, quien no siente un deseo es porque no tiene una necesidad. Yo afinaría más y diría que no es que no tenga una necesidad, sino que no sabe que esa necesidad puede ser cubierta. Volvemos a la ignorancia. Todo esto viene a apuntar tal vez a que los gobernantes, manteniéndonos en la ignorancia, no hacen más que asegurarnos la sensación de que somos libres. Gracias, gobernantes.
La desgarradora "verdad". Saludos.
ResponderEliminarLa libertad abruma. ¿Recuerdan cuando sólo había dos tipos de donuts? Ahora hay tantos. ¡Hay tanta libertad! (si olvidamos todas las pequeñas dulcerías que ya no existen)
ResponderEliminar