Todos somos personajes. No nos comportamos igual ante nuestros amigos que ante nuestros padres, somos distintos cuando estamos con nuestras esposas de cuando estamos ante desconocidos. Incluso en la circunstancia de mezclar distintos espectadores, los amigos y las esposas por ejemplo, no les parecemos el mismo ni a unos ni a otros ante la presencia del tercero. No tenemos el mismo talante cuando estamos en la intimidad de uno a uno, que cuando somos un simple peón de una multitud. Es como si fuéramos no una persona, sino un personaje en escenas sucesivas. Y digo personaje, porque comportándonos de tan distintas maneras en realidad lo que hacemos es actuar para cada público que nos observa, aunque llamarlo actuación tal vez no sea apropiado, porque una actuación es un comportamiento falso, realizado conscientemente por un actor en una circunstancia falsa, y que tendrá un fin cuando la obra termine, pero nuestra obra nunca termina, pasamos de una escena a la siguiente sin atravesar ningún pasillo, y las circunstancias no son falsas creaciones, sino la vida y a menudo, casi nunca, somos conscientes de estar actuando de tan diversas maneras, sintiéndonos siempre como uno.
Tal vez el único momento en que podríamos ser auténticamente nosotros sería cuando no estamos ante un público, cuando estamos solos o, al menos, creemos que nadie nos observa, pero ¿por qué darle más crédito a ese que a los otros? ¿No hacemos en esas ocasiones nosotros mismos de espectadores de nuestros propios actos?
Sin embargo, como todo personaje está encarnado por un actor, debe haber uno también debajo de todo este entramado de gente, ¿cómo llegar a conocerlo? Y por otra parte ¿vale la pena el propósito? En cierto modo, todos se hacen una idea de nosotros que esencialmente concuerda en muchos aspectos; a pesar de la multiplicidad evidente que todos son capaces de observar y que observamos en todos, nos hacemos una idea general de cada persona y les atribuimos una serie de características que lo fijan, lo determinan, lo clasifican y lo vuelven más o menos previsible. Lo que no quita que nos llevemos siempre sorpresas que vendrían a ser demostraciones de esto que estoy diciendo, circunstancias nuevas nuevo personaje. El actor, ese yo, que andaríamos buscando no podría encontrarlo uno solo desde sí mismo sino consultando a todos cuantos nos conocen para, cruzando las múltiples informaciones obtener un perfil de características comunes, que todos pueden observar cada uno desde su perspectiva de espectador y circunstancia.
Quizá sólo seamos nosotros mismos, sin actuaciones, cuando leemos en el retrete y creemos (sólo creemos) que nadie nos observa.
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