No, no me llamo Eugenio, ese era mi hermano. Yo me llamo Teodorico. Sí, raro. En ese entonces, mi padre, que siempre ha sido muy leído, estaba fascinado por los reyes “gordos”, disculpe, una pequeña broma familiar, los reyes godos, sabe, y me llamó como a uno de ellos. Usted puede dejarlo en Teo, todos me llaman así. Menos una profesora de historia que no le gustaban las abreviaturas, decía que se perdía parte de la gracia, y de la voluntad de quien hubiera elegido el nombre, que era una falta de respeto dejarse llamar por una abreviatura. No le faltaba razón. Era otra apasionada de la historia. Y muy cariñosa, tal vez demasiado. A todos nos llamaba por el nombre completo. No como los viejos profesores que sólo usaban el apellido. Ella se aprendía los nombres. Y nos lo murmuraba al oído. Buen recuerdo dejó aquella profesora en todos los alumnos. Eso era cuando todavía las clases estaban separadas por género, sabe, sí, ya tengo una edad, usted ni llegó a tener conocimiento de esos rancios tiempos. Ya empezaban a introducirse algunas novedades en las instituciones educativas, a medida que los viejos profesores se iban jubilando. Ella era joven. Y manifestaba un entusiasmo que nos enamoraba a todos. También nos enamoraba que fuera preciosa. Y que no mantuviera las distancias. De hecho las acortaba. Y mucho. Fue probablemente a la única profesora que han echado por exceso de confianza con los alumnos. Todos tuvimos “exceso de confianza” con ella, no sé si me entiende. Hasta el “Pitagorín” que sabía mucha matemáticas, pero no admitía con facilidad que su madre “se dejara hacer esas porquerías por su padre”. Aquella profesora le enseñó todo lo que tenía que saber al respecto. De hecho nos lo enseñó a todos. Y ninguno quedó particularmente traumatizado por la experiencia me parece. Aunque no fueron pocos los que acabaron sucumbiendo a los tiempos, la droga, ya me entiende, no fueron “las enseñanzas” de la profesora la que los inclinó por esos derroteros. Aún me suena su voz junto a la oreja suspirando mi nombre. Sí, es uno de mis más preciados recuerdos. Tal vez el más preciado. Nunca volvimos a saber de ella. La expulsaron “con discreción”. Precisamente el “Pitagorín” se fue de la lengua. Era incapaz de mentir aquel muchacho. Y los otros eran incapaces de callar. El rumor se extendió y era indudable a quién iban a acudir para obtener la información más veraz. Conmigo lo intentaron, fue mi mejor actuación. Jamás había oído tales comentarios. Era una ofensa, una infamia contra una buenísima profesora. Probablemente habían sido infundios difundidos por elefantes viejos de aquel cementerio que no soportaban a un profesor joven que aportaba nuevas maneras de tratar a los alumnos. Todo se debía, sin duda, a una maquinación del director y sus adláteres..., etc.Me expulsaron tres días por aquel discursito. Cuando volví ya todo había terminado. La clase de historia la había recuperado don Facundo.Y con él volvieron los apellidos, y los reyes “gordos”, en fila de a uno en fondo a entregarse de brazos abiertos a los moros. No dio tiempo a iniciar la reconquista antes del final de curso.
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