Estaba sentado en una
roca mirando al mar lánguidamente. Así, con esa postura tan sexi de
la sirenita en Copenague, que solo conozco por las fotos. Oyó el
ruido de los pasos, pero apenas movió la cabeza para ver quién era.
Los pasos se detuvieron.
-¿Es usted el señor
Cardo, Rick Cardo?
-Ese o cualquier otro,
qué más da.
-Al fin lo encuentro,
nos habían dicho que estaba usted muerto.
-Tienen razón, lo
estoy.
-Hemos pensado en usted
para un asunto. Tal vez le interesará.
-No me interesa, ya no
me dedico a eso. Ya no me dedico a nada.
-No tiene nada que ver
con perritos desaparecidos ni con esposos lúbricos. Esto es algo más
gordo. Se le pagará bien.
Cardo ignoró al hombre
y siguió mirando al mar. A lo lejos cruzaba el barco que se dirigía
a Santa Cruz. Una gaviota lanzó un grito en el aire. El hombre
empezó a sentirse incómodo.
-Bien, veo que no es un
buen momento. Le dejaré mi tarjeta. Por favor llámeme. Es un asunto
de suma importancia. –Extrajo una tarjeta del bolsillo y se la
tendió, pero Rick no hizo ningún movimiento. El hombre titubeó sin
saber qué hacer. Se agachó y la dejó en el suelo, colocándole una
piedra encima para que no se la llevara el viento. Algo irritado,
añadió- Le dejo, veo que no es el momento –y se alejó.
Se oyeron los pasos
hasta perderse. Poco después el ruido del motor de un coche que se
que se fue confundiendo en con el del mar y el viento hasta
desaparecer en ellos.
Rick se levantó, miró
al horizonte y dio un salto hacia el precipicio.
Bueno, precipicio. Era
una caída de un metro escaso hasta un terraplén. Se hizo algo de
daño en el tobillo. Avanzó cojeando un poco hasta el abrigo de unas
rocas, se bajó la bragueta, rebuscó hasta encontrar y extrajo lo
poco que había. Meó, sacudió salpicándose los pantalones, y se lo
volvió a guardar. Luego regresó, lentamente. Un poco más allá
de donde había saltado ascendía una suave pendiente. Subió, pasó
junto a la roca, hasta la bicicleta que estaba tirada en el suelo más
allá. Montó y pedaleó con desgana. Había avanzado unos metros
cuando se detuvo. Luego dio la vuelta y regresó hasta la roca. Sin
desmontar del todo de la bici, se agachó a recoger la tarjeta. La
leyó y se la metió en el bolsillo de la camisa. Luego se fue.
Pedaleando. Con desgana.
¡Miedo me da!
ResponderEliminarMe quedo esperando, esperando, esperando...
ResponderEliminarEs un gran principio de una gran obra. Adelante, pedalee.
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