viernes, 31 de mayo de 2013

¿Comienzo de una nueva aventura de Rick Cardo?


Estaba sentado en una roca mirando al mar lánguidamente. Así, con esa postura tan sexi de la sirenita en Copenague, que solo conozco por las fotos. Oyó el ruido de los pasos, pero apenas movió la cabeza para ver quién era. Los pasos se detuvieron.
-¿Es usted el señor Cardo, Rick Cardo?
-Ese o cualquier otro, qué más da.
-Al fin lo encuentro, nos habían dicho que estaba usted muerto.
-Tienen razón, lo estoy.
-Hemos pensado en usted para un asunto. Tal vez le interesará.
-No me interesa, ya no me dedico a eso. Ya no me dedico a nada.
-No tiene nada que ver con perritos desaparecidos ni con esposos lúbricos. Esto es algo más gordo. Se le pagará bien.
Cardo ignoró al hombre y siguió mirando al mar. A lo lejos cruzaba el barco que se dirigía a Santa Cruz. Una gaviota lanzó un grito en el aire. El hombre empezó a sentirse incómodo.
-Bien, veo que no es un buen momento. Le dejaré mi tarjeta. Por favor llámeme. Es un asunto de suma importancia. –Extrajo una tarjeta del bolsillo y se la tendió, pero Rick no hizo ningún movimiento. El hombre titubeó sin saber qué hacer. Se agachó y la dejó en el suelo, colocándole una piedra encima para que no se la llevara el viento. Algo irritado, añadió- Le dejo, veo que no es el momento –y se alejó.
Se oyeron los pasos hasta perderse. Poco después el ruido del motor de un coche que se que se fue confundiendo en con el del mar y el viento hasta desaparecer en ellos.
Rick se levantó, miró al horizonte y dio un salto hacia el precipicio.
Bueno, precipicio. Era una caída de un metro escaso hasta un terraplén. Se hizo algo de daño en el tobillo. Avanzó cojeando un poco hasta el abrigo de unas rocas, se bajó la bragueta, rebuscó hasta encontrar y extrajo lo poco que había. Meó, sacudió salpicándose los pantalones, y se lo volvió a guardar. Luego regresó, lentamente. Un poco más allá de donde había saltado ascendía una suave pendiente. Subió, pasó junto a la roca, hasta la bicicleta que estaba tirada en el suelo más allá. Montó y pedaleó con desgana. Había avanzado unos metros cuando se detuvo. Luego dio la vuelta y regresó hasta la roca. Sin desmontar del todo de la bici, se agachó a recoger la tarjeta. La leyó y se la metió en el bolsillo de la camisa. Luego se fue. Pedaleando. Con desgana.

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