Todos hemos matado a alguien alguna vez. No lo piense, porque si lo piensa va a buscarse una excusa que minimice la gravedad del hecho:”sí, pero en mi caso fue porque …”.Todos tuvimos una excusa tan válida como la suya. La mía es que no soportaba a aquel tipo. Y él tampoco me soportaba a mí. Uno de los dos tenía que terminar contando esto. El caso es que todos hemos matado a alguien alguna vez. ¿O no, señor juez?
¿Y por qué no? Todo el mundo roba, el que más o el que menos, todos se echan al bolsillo algo que no es suyo más de una vez. ¿Quién no se ha encontrado un mechero en perfecto funcionamiento y se lo ha guardado aun después de haber visto a aquel pobre hombre agachado recorriendo milimétricamente la acera con la vista?¿Quien no se ha acercado hipócritamente al hombre y le ha preguntado: “ha perdido algo, buen hombre; le veo preocupado”, y ha encajado la respuesta con imperturbable semblante? Es más, ¿quién no se ha puesto a buscar por unos momentos junto al hombre, distraídamente, por educación, hasta que se detiene y miente, “lo siento, tengo prisa”?
Es cierto, lo hice yo. Yo apreté ese botón rojo. ¿Quién no lo haría? Un botón rojo en medio de una mampara llena de luces esperando encenderse al menor gesto. Lo estuve observando un rato, preguntándome qué sería. Le juro que no vi el cartel. Tal vez, lo confieso, si lo hubiera visto antes, antes habría pulsado el botón. Pero no lo vi. Solo ví el botón, y las luces. Y tenía que haber quedado con ella precisamente aquí, en esta esquina donde alguien había puesto esta mampara con este botón y estas luces. ¿Quién deja de ser un niño alguna vez?¿Quién es capaz de resistirse a un botón así?
Supe que algo pasaba cuando no se encendió ninguna luz. Tuve miedo, un miedo inexplicable porque sencillamente no pasaba nada, y pulsé otra vez. Pero sí, algo había ocurrido, y no tenía vuelta atrás.
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