viernes, 26 de septiembre de 2008

La decadencia de Occidente

Respondió Jesús: Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí.
Le dijo entonces Pilatos: luego eres tú rey.
Respondió Jesús: Tú dices que yo soy rey. Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad. Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz.
Le dijo Pilato: ¿qué es la verdad?
(Juan 18, 36-38)

Mi reino no es de este mundo:he aquí la última palabra, la que no admite ulteriores interpretaciones. Por ella puede cada cual saber de fijo dónde, por nacimiento, se halla adscrito: a la existencia que se sirve de la conciencia o a la conciencia que subyuga a la existencia; al acto o a la tensión; a la sangre o al espíritu; a la historia o a la naturaleza; a la política o a la religión. Aquí no hay más que: o esto o lo otro; y no cabe honrado acomodamiento. Un hombre de estado puede ser profundamente religioso, un hombre piadoso puede caer por su patria; pero tienen que saber, uno y otro, de qué parte están en realidad. El político nato desprecia las consideraciones supramundanas de ideólogos y éticos en medio de su mundo efectivo; y tiene razón. Para el creyente, la ambición y el éxito del mundo histórico son pecaminosos, carecen de valor; y también tiene razón. Un príncipe que quiera mejorar la religión en el sentido de fines políticos, prácticos, es un loco. Un predicador que quiera asentar la verdad, la justicia, la paz, la concordia en el mundo de la realidad, es también un loco. No ha habido fe que cambie el mundo como no hay hecho que pueda refutar una creencia. No existe conciliación entre el tiempo dirigido y la eternidad intemporal, entre el curso de la historia y la predominancia de un orden divino en cuya estructura las palabras 'decreto de Dios' significan la máxima causalidad. Tal es el sentido último en que Jesús y Pilatos se encuentran frente a frente. En el mundo histórico, el romano dejó crucificar al Galileo, era su sino. En el otro mundo, Roma caía maldita, y la cruz se alzaba como signo de salvación; era 'la voluntad de Dios'
La decadencia de Occidente
Oswald Spengler
Capítulo tercero de la segunda parte, apartado sexto.

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