Mi prodigiosa mente elabora prolijas conclusiones acerca de la realidad a partir de los datos que mis atribulados sentidos le proporcionan. Esta interpretación del mundo le es facilitada a una entidad conjunta a la que llamaremos Yo, la cual tomará determinaciones a partir de ella y de una historia anterior.
Este último elemento es muy importante, bien gestionado, se entiende. Mal gestionado se convierte en un perfecto estorbo que impide todo movimiento cuando urge la presteza y obliga a avanzar cuando todo apunta a la retirada. Por si las cosas no estuvieran bastante complicadas, este Yo tiene alguna potestad sobre los sentidos; y desgraciadamente suele interferir en la información que éstos, en un principio toman con ya dudosa precisión de la realidad, filtrándola de datos que circunstancialmente le parecen inútiles – cayendo en la desgracia de eliminar información crucial - o bien enriqueciéndola con matices – exigiendo absurdamente que determinados datos necesarios para su determinación estén inclusos - de los que estaba desposeída en un principio. Es por ello que este Yo del que hablo no acierta a salir del complejo laberinto en el que se halla la mayor parte del tiempo, y que cada paso que da o cada paso que deja de dar le parecen adentrarle más en la espesura.
Los pensamientos tienen la maravillosa habilidad de complicarse, de entremezclarse dentro del laberinto de la mente humana, sin vistas a una diáfana salida.
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