miércoles, 30 de abril de 2014

La guerra ha terminado

¡ABANDONAD LA LUCHA!

¡Abandonad la lucha!

LA GUERRA
HA
TERMINADO




Entonces dejamos de disparar
Y se hizo todo silencio
Salimos de las trincheras
Y por primera vez vimos al enemigo
Eran jóvenes, y eran viejos
Y mujeres y hombres
Y estaban cansados
Y hambriendos
Y no sabían por qué luchaban
COMO NOSOTROS.

martes, 29 de abril de 2014

sábado, 26 de abril de 2014

El amor al arte

Mientras así lanzaba mis quejas al viento, entró en la pinacoteca un viejo canoso, con aspecto preocupado y que parecía traslucir un no sé qué de misteriosa grandeza. Su modo de vestir, no precisamente elegante, permitía adivinar ese tipo de literatos que suelen rechazar los ricos...
-Soy un poeta -me dice, poniéndose a mi lado- y quiero esperar que no de los de peor inspiración, si es que mis coronas ofrecen alguna confianza. Pues debemos reconocer que éstas también se conceden a mediocres sin inspiración. 
>>¿por qué, entonces -me preguntarás-, vas tan mal vestido? Precisamente por eso: el amor al arte no ha hecho rico nunca a nadie.
(Satiricón, de Petronio)

jueves, 24 de abril de 2014

Adicciones





Soy adicto al enamoramiento. Si no estoy enamorado -de una música, de un libro, de una mujer...- siento una terrible desolación, la vida me parece una pérdida de tiempo carente de sentido, vivo con una sensación de vacío, de falta de importancia de todo cuanto acaece, de falta de interés por todo cuanto hago. Porque sigo haciendo, sigo leyendo, sigo escuchando música, sigo mirando a las mujeres, viendo películas, yendo a trabajar, paseando al perro, pero como si todo eso pasara por delante y yo estuviera quieto: no lo acompaño, no me acompaña, obro para que me vean obrar y sigan creyendo que soy una persona normal. Eso es lo terrible. Me siento una persona corriente, no me distingo por nada. No percibo en mí ninguna característica destacable. (¡Cuán privilegiados los que están permanentemente enamorados de sí mismos!) Porque cuando uno está enamorado, eso es una distinción, una estrella, una luz que ilumina cada paso. Tal vez los demás no lo adviertan, pero esa luz transforma el camino y hace que, al menos alrededor de uno, el camino sea de baldosas amarillas y coronado de flores multicolor, y hay un sol radiante en un cielo azul. Y sí, es lo mismo estar enamorado de una música -que no puedes parar de escuchar a todas horas-, de un libro -que no puedes dejar de leer hasta no dormir-, o de una mujer -que no puedes dejar de mirar, de querer estar con ella, de que te hable todo el rato-. Estar enamorado es un remedio alucinógeno que te hace ver el mundo multicolor, como en aquella novela de Stanislaw Lem, El congreso de futurología. Y no estarlo es volver a salir al mundo tal y como es sin la pastillita, un  mundo, para los que no hayan leído la novela, semejante a ese mundo real que hay arriba, sin Matrix (¿Por qué narices quieren salir de Matrix?)
La fe también es un enamoramiento. Pero un enamoramiento de esos frustrados, en los que ella no te quiere, pero tú te empeñas en seguir amándola porque sí, porque es ella o nada. Como Dios, ella no responde nunca a las súplicas. Como Dios, ella creó el mundo en siete días -los que estuvo contigo- y luego desapareció y te dejó ya fuera del paraíso, con la manzana medio mordida y poniéndose negra. Pero tú, pobre cristianito, no perdiste la fe, y como Charlot, en aquella película, (nunca me acuerdo cómo se llamaba), te alejas de las puertas cerradas, cabizbajo, rumiando tu mala fortuna; pero de pronto te incorporas, recompones la figura, y continúas con ese pasito juguetón, pensando: bueno, ya me tocará volver, esperaré, con paciencia, al Juicio Final.


martes, 22 de abril de 2014

El dedo del sabio

No creas demasiado
en las palabras que te escribo
-eso es el dedo del sabio-.
Cree, sin embargo,
en la necesidad que tengo de escribirlas
-eso es a lo que señala-.

sábado, 19 de abril de 2014

Perro

No dejemos a nadie del todo.
Si te vas y dejas al perro solo, 
métele una zapatilla en la perrera,
olerá a ti,
se creerá que estás, 
se sentirá mejor.
Gloria Fuertes



Para qué nos vamos a engañar 
no soy tu perro
aunque mi fidelidad sea perruna
para qué me voy a engañar  
nunca gruñiré aunque me robes del plato
para qué te voy a engañar  
me he acostumbrado a lamerme solo las pelotas
para qué os voy a engañar  
me he perdido de vuelta a casa
para qué la voy a engañar  
cuando muevo el rabo
es a ti a quien me alegraría ver



martes, 15 de abril de 2014

Arañas

El problema de las palabras es que una vez que sabemos pronunciarlo creemos haberlo comprendido, y seguimos adelante sin haber comprendido nada en realidad, enredándonos cada vez más en una tela de araña que al principio rompemos fácilmente con cierto sentido común y aplicación de deducciones a partir del contexto, pero, a medida que avanzamos, la tela se va espesando, y como no nos hemos quitado bien los restos de las que hemos conseguido romper en nuestro avance, estas también contribuyen a retenernos, y llega un momento en que hay tal acumulación de tela de araña envolviéndonos que, aunque podemos movernos, no avanzamos ni retrocedemos, y nuestro movimiento para lo único que nos sirve es para enredarnos más y llamar la atención de la gran araña, que se aproxima pacientemente, apoya sus mandíbulas sobre nuestras cabezas y ¡CRAC!

jueves, 10 de abril de 2014

Narices


El principal problema al afeitarse es la irregularidad de la superficie a rasurar, no me refiero a la irregularidad a nivel de superficie, sino a nivel de planos. A menudo un rostro está organizado en diferentes planos, y precisamente en las transiciones de unos a otros, en los rebordes, con mayor o menor angulación es donde se presenta la que considero primera dificultad del afeitado. ¡Cuánto mejor sería que un rostro estuviera compuesto de un único plano regular! Pero el creador no lo quiso así y debemos, no conformarnos, conformarse nunca, rebelarse siempre, pero sí resignarnos a esa disposición.
Aunque hemos calificado a la anterior, como la principal dificultad, tal vez deberíamos reclasificarla como la más evidente, puesto que la segunda, que ahora mencionamos no es menos relevante: la existencia de irregularidades o singularidades en la superficie a rasurar. No nos estorban los ojos ni las orejas que son, para la mayoría de las personas, zonas fronterizas que casi nunca hay que traspasar (otra cosa dirán aquellos que tienen el hábito de rasurarse completamente el cráneo). Pero nadie puede negar que, a efectos de afeitado, la localización de la nariz y de la boca son un completo estorbo. No previó tal vez el Señor que el hombre derivara hacia este absurdo oficio antinatural de raparse el rostro contraviniendo su disposición de hacer crecer bello en la cara. Si lo hubiera hecho, en su infinita bondad confío hasta el absurdo, hubiera fabricado desplazables esos elementos para facilitar el afeitado. Y la boca, al fin, es un agujero y poco problema hay en detener el avance de la hojilla justo a sus bordes; ¡pero la nariz!, ¡oh, la nariz! ¿Quién no ha deseado durante el diario acicalado haber tenido la fortuna de carecer de esa cordillera nasal que en la mayoría de los casos no hace más que afear  una, de otro modo, homogénea pradera? La nariz es, sin duda, el mayor obstáculo de la cara de todo barbilampiño. Esta,y no otra, consideramos ser la razón de tanto bigote, la irresponsabilidad, o siendo benévolos, la pereza de no enfrentar las dificultades del afeitado particularmente en la franja supralabial; el temor, en los más exquisitos, al riesgo de un falso apurado justo en los bordes, al pie de las grutas nasales, que, con no poca frecuencia, en aquellos que nos empecinamos en realizar una impecable tarea, resulta dañada por cortes y pellizcos.
No nos dejemos vencer por las dificultades, amigos, ideemos nuevas y más ajustadas herramientas que nos ayuden en esta dificilísima tarea que, si bien tienen, en cierto sentido, la connotación de herejía al insistir en enmendarle la voluntad a nuestro Señor, no dudo que Él mirará con buenos ojos todo ímprobo esfuerzo, como todo padre responsable haría, en exigir nuestra cuota de libertad individual frente al exceso de protección de nuestro Progenitor Mayúsculo.  Amén.

lunes, 7 de abril de 2014

Viejos Prodigio

Aceptación (Poema de Langston Hughes)

Dios, en su infinita sabiduría
no me hizo demasiado inteligente.
Por eso, cuando mis actos son estúpidos,
no Le toma demasiado por sorpresa.



Lo que más pena me da de todo es no haber sido un niño prodigio. Poder haber dicho, en las entrevistas de promoción de mi primera novela, “yo no sé hacer nada salvo escribir”. Y eso otro de “empecé a escribir a los ocho años”. Esas son cosas que me dan mucha pena. Nadie habla nunca de los viejos prodigio. Aunque tampoco sea un prodigio en la vejez, hacia la que me encamino -mi hija dice que ya hace diez o quince años que estoy en ella- a velocidad de vértigo. Y sin embargo yo no sé hacer nada, tampoco. Ni siquiera escribir. Si no son estas cositas idiotas en las que me quejo de no saber hacer nada y no haber sido nunca merecidamente reconocido por ello. Las entrevistas de escritores me parecen un fraude. Lo sé porque yo también me he hecho alguna entrevista de escritor. En una entrevista, por escrito, cualquier tontería que uno diga, como eso de que empezó a escribir a los ocho años, suena envidiable. Yo siempre quise haber empezado a escribir a los ocho años, pero estaba muy entretenido jugando a los romanos y a los vaqueros con mis hermanos y mis amigos paquito y martín, guirreando con los mocolindos, reuniendo trastos para quemarlos en las hogueras de San Juan. Y más tarde, en la adolescencia, tampoco tenía tiempo porque las tardes nos las pasábamos jugando al Consecuencia o verdad con las chicas del barrio y rezando -a esos dioses tutelares de la infancia- para que nos tocara besar a la que nos gustaba y no a su amiga, la fea, que era la que estaba enamorada de nosotros. No me gusta la escritura como profesión. No me gustan esos escritores que alardean de escribir ocho horas al día como si fuera el más honesto de los oficios. Siempre he considerado la escritura como una evasión. Todo lo que me huela a oficio y a responsabilidad, a competencia y a competitividad no puedo considerarlo como arte. Está bien como artesanía. Un artesano debe competir con los otros artesanos para poder vender su pieza. Un artesano debe pensar en la perfección por la simple razón de que si no piensa en ella no come. Me parece muy bien el oficio de escritor como artesano. Yo no quiero ejercer ningún oficio. Pero me encanta la literatura. Incluso me encantan los libros de algunos artesanos. Pero mis autores favoritos son los autores desastres, los que se volvieron locos. Los que escribían en papeletas de empeño y en servilletas. Los que no tienen estructura, ni forma definida. Los que escriben en un rollo continuo para no tener que estar levantándose para cambiar el papel. Los que tienen un alma revuelta dentro que emborrona papeles con mala letra. Esos son los míos. No soy uno de ellos, tampoco, este empeño mío en corregir mi letra me excluye -entre otras cosas que no son cuestiones a ventilar aquí ahora-, pero ellos sí son los míos. Leo las entrevistas a escritores y me desconsuelo. Porque yo nunca seré uno de esos escritores pulcros, presentables, siempre con citas oportunas, con una batería de nombres de autores para citar “sus referencias” (¿por qué nunca me acuerdo yo de ninguno de los autores que he leído en el momento en que me preguntan por ellos?), con un pensamiento claro y unos objetivos definidos y, sobre todo, con un conjunto de frases estrella que den buenos titulares. -¡Cómo te envidio Jenn Díaz, nunca te he leído, no sé si algún día lo haré, pero toda esta vomitona me viene de haberte descubierto en El Viaje a Ítaca a cuenta de ir a mirar la última entrevista de Rubén a Reyes Mate-