domingo, 30 de noviembre de 2008

Barrios

En mi mediocridad, me gustan los paisajes cotidianos, los gustos corrientes, las bebidas calientes y amargas. Todo el mundo tiene en la retina la tour Eiffel, pero a mi me interesa más cómo lucen las fachadas de la Rue Monttesuy. ¿Y qué me dicen de la Square Rapp, cruzando la avenida Rapp, que no parece dar a ninguna parte? En fin, me temo que sólo le sacaría una única foto a la Tour Eiffel, ya habrían millardos de fotografías mejores que la mía, pero yo sería el único visitante de París que tendría una foto del cruce entre la Rue Edmon Valentin, la Rue Dupond des Loges y la Rue Sédillot. Sí, mis amigos se aburren mucho mirando mis vídeos de vacaciones.

Un paseo por escaleritas y las chumberas, mira tú.


Las uvas son un regalo.

(PostData: es verdad, desde París no se ve Fuerteventura.)

jueves, 27 de noviembre de 2008

Oda a la crisis y el paso del tiempo

Treinta años después (y ya cumplo tres adolescencias) llegué en bicicleta a aquel bar, al que en mi adolescencia íbamos en familia a comer carne de cabra algunos domingos. Los coches aparcaban al borde de la carretera y algunas veces, por la lluvia, quedaban enterrados en el barro y había que ayudarlos a salir a empujones. Este trabajo lo hacíamos principalmente los chiquillos mientras los padres, alejados convenientemente, asesoraban al atribulado conductor.
Era domingo, pero el bar estaba vacío; uno o dos viejos en una mesa, los estropeados sombreros colocados sobre el asiento de una silla cercana. La puerta del comedor entreabierta dejaba ver las sillas bocabajo sobre las mesas.
Le conté al dueño mi recuerdo de otros tiempos y le dejé entrever la tristeza que me transmitía ahora el local, pero él no me siguió el juego. A veces las cosas han ido mejor y otras veces las cosas han ido peor. No crea que este es uno de nuestros peores momentos, vino a decir. Se oía el cacharreo de alguien en la cocina.
Mi apunte de tristeza se desvaneció y sentí aquel lugar como una roca en medio del oceano. Me tomé otra cerveza admirando los posters cagados de moscas y de tiempo de las paredes. Pagué las dos cervezas y el hombre quiso invitarme a una tercera que rechazé amablemente señalando la bicicleta.

lunes, 24 de noviembre de 2008

Amanece, que no es poco

Y para demostrarlo, el Capitan Nombrete y su grumete Cacaculo han enviado desde las lejanas islas este vídeo que lo confirma. Estos dos intrépidos marineros han viajado por todo el mundo en un destartalado barcucho que robaron del desguace del puerto de Marsella. Han afrontado galernas, tifones y calmas chichas a mansalva. Han sufrido el hambre, la sed y la melancolía. Y han sido felices a ratitos. Algún día se contará su historia.

lunes, 17 de noviembre de 2008

El segundo capítulo

Después de que la madre lo dejara encerrado en el cuarto por no saber escribir como los demás y de que se pusiera a escribir en su extraño alfabeto y con su tinta manufacturada, extraída de zumillo que desprendían los lagartos al irse desgastando con la lluvia, en un rasgón de camisa blanca que había encontrado colgando de un árbol, Alfanhuí recordó al gallo de la veleta y fue a ver cómo estaba.
Arrugado en torno al carbón con la boca torcida, el gallo le pidió que por favor le sacara el carbón y lo enderezara, y que a cambio le enseñaría muchas cosas. Así lo hizo Alfanhuí y el gallo, que era muy charlatán, cumplió también su promesa. Hablaban día y noche Alfanhuí y el gallo de la veleta y Alfanhuí aprendió muchas cosas sobre colores que el gallo sabía, como por ejemplo cómo recoger y usar el rojo del poniente.
Se entusiasmó mucho Alfanhuí con lo que el gallo le contaba e ideó una aventura. Una mañana, armados con calderos y sábanas se escaparon de la casa por la ventana del cuarto rumbo al horizonte de aquella ventana. Cuando llegaron esperaron que anocheciera y vieron cómo a medida que se ponía el sol el aire se iba llenando de una humedad rojiza que al poco lo cubría todo y casi no dejaba ver. Entonces, a una indicación del gallo, Alfanhuí extendió las sábanas al aire y la sacudió y la sábana quedó impregnada de aquel jugo. Luego escurrió la sábana en un caldero y volvió a repetir la operación. Tenía que darse mucha prisa porque el sol seguía poniéndose y todo se volvía cada vez más oscuro hasta que la niebla roja se retiró y quedó la noche limpia. En los calderos borboteaba un líquido rojo como de sangre.
Cuando volvían a casa, ya amanecido, pasaron junto a un río y Alfanhuí aprovechó para lavar las sábanas en él. El agua, al contacto con las sábanas se impregnó del rojo que se fue corriente abajo e iba madurando todo lo que tocaba. Una yegua preñada que pastaba en la orilla bebió un sorbo de agua y al pronto todo el color se le fue al feto y quedó ella transparente como si fuera de cristal con la burbujita de la placenta y el feto en su interior de colores intensos. La yegua se echó al suelo y abortó el feto aún envuelto en la placenta, entonces el gallo de la veleta se acercó y con el pico rompió la bolsa. El caballito, con mucha debilidad porque todavía no estaba hecho del todo trató de ponerse en pié un par de veces hasta que por fin lo consiguió y fue tras su madre a la que ya se le veía blanquear la leche en las ubres de cristal.

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Resumen del 2º Capítulo de "INDUSTRIAS Y ANDANZAS DE ALFANHUÍ" de Rafael Sánchez Ferlosio.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Andersen

Sí, me llevo un libro al baño.
Ayer me llevé uno de cuentos infantiles, de Andersen. La historia trataba de una figura de porcelana, joven con paraguas, que amaba y era correspondida por otra figura de porcelana, un deshollinador. Estaban situados sobre una mesita frente a un gran armario.
Junto a ellos había un enorme chino que movía la cabeza, no sé por qué se presuponía que el chino era el abuelo de la muchacha. En el armario, además de muchas volutas y animales tallados, presidía un gran demonio con patas de carnero y cara de muy mala leche.
El demonio se fijaba en la joven con paraguas y le pedía su mano al chino, el chino, respondía que sí inclinando la cabeza, pues le parecía que el que el demonio estuviera hecho de buena caoba era un mérito mayor que el de ser de frágil porcelana, y la muchacha, temerosa, le suplicaba al deshollinador que se fugara con ella. Éste, naturalmente, propone la estufa como vía de escape y por ahí se escabullen. Después de atravesar el tubo alcanzan la salida por la chimenea, pero ya es de noche. La joven se asusta de los espacios tan amplios y desiste de su idea de escapar. Así se lo expone al deshollinador que, complaciente, la guía otra vez hacia el agujero y la ayuda a bajar.
Cuando llegan abajo se encuentran con que el chino ha caído al suelo y se ha roto en pedazos. Lo reparan, pero para que no se le caiga la cabeza la fijan con una grapa, así que ya el chino no puede moverla como hacía antes. Desde entoces cada vez que el demonio le conmina para que le conceda la mano de la muchacha, el chino se queda mirando fijo sin responder.

martes, 11 de noviembre de 2008

Ivan Feodorovitch

Lo que atormenta a Iván Feodorovitch es que él mismo ha tenido el impulso de matar a su padre. Y, tal vez a causa de ese impulso propio, no ha sentido ninguna repugnancia de atribuirle a su hermano el crimen. Sin embargo duda, a causa de su conversación con Smerdiakov. En su interior casi está convencido de la culpabilidad de éste, pero entonces habría cometido una traición terrible culpando a su hermano para liberar su propia culpa.
Así es Iván, el intelectual de la familia. A esto se le une el hecho de que esté enamorado - por más que se niegue a admitir ese sentimiento - de Katerina Ivanovna, la cual, correspondiéndole en sentimiento, no puede entregársele a causa del absurdo compromiso que ha contraido - a título personal, con el rechazo explícito de éste - con Dimitri.
Dimitri es en realidad como un niño que no comprende muy bien todo el follón que se ha armado entorno a este equívoco. Se diría que aún confía en que mañana - el día del juicio - se resolverá todo, pedirá perdón a Grigori y cumplirá una pequeña condena en Siberia para después marchar a América junto a su Gruchineka. Todo el mundo le cree culpable, lo que no quita para que todo el mundo le crea también simplemente un buen muchacho sin auto control.
Alexei... ¡Ah! Alexei es un santo que va de uno al otro recibiendo sus atormentadas tribulaciones como un nuevo cristo.

(todo esto es únicamente para poder escribir esos maravillosos nombres rusos)

lunes, 3 de noviembre de 2008

Platón, Guenón, Spengler

Me gusta la idea de que lo que somos y la realidad que vivimos y que creemos que es “el todo” no es más que la sombra de otra realidad superior.

Esta creo que es la idea apuntada por Platón con el mito de la caverna (nunca he leído esa obra de Platón, para ser exactos sólo he leído El Banquete) y que las civilizaciones posteriores han trivializado para convertirla únicamente en un modelo del pensamiento, cuando, me atrevería a sugerir, en lo que pensaba Platón cuando la exponía se aproximaba más a lo que yo apunto que a establecer meramente ese modelo.

Creo que René Guenón, que se queja de cuánto hemos descendido – se refiere al Hombre en general - en el conocimiento del “Conocimiento”, opina de esta manera - aunque tampoco se hacía muchas ilusiones con los griegos y su excesivo interés por la naturaleza-, pues él (al que le atrae mucho las filosofías de la India) piensa que “El Hombre” ha atravesado por una serie de eras cada una descendiente (en el sentido explícito de bajar) de la anterior, tal una caída, desde el espíritu hacia la materia. Esa primera era, mucho más vasta que nuestra pobre y limitada realidad por infinita que sea.

Spengler me daría o no la razón en mi opinión sobre lo que pensaría Platón cuando concibió su teoría. Para Spengler, a un ciudadano de nuestra época le resulta prácticamente imposible comprender a Platón en su verdad, y todo lo más que es capaz de hacer es trasladar el envoltorio de las reflexiones de Platón a nuestra época y envolver con él unos conceptos que realmente pertenecen a nuestro tiempo.

Volviendo a Spengler, considera éste que nuestra época, llamada por él Fáustica en honor a Goethe, al cual se remite en muchas ocasiones (otra gran laguna en mi conocimiento), está determinada por una tendencia hacia el infinito. Sin embargo observo que en la definición de verdad propia de nuestro tiempo es determinante el concepto de “cadena causal” (una verdad sería un hecho cuya cadena causal – de causas y efectos – es indiscutible) lo cual se me asocia con atadura, que igualmente se me antoja contrario a infinito. Quiero decir que nuestro tiempo en efecto pretende abarcar el infinito, pero extendiendo los límites de la naturaleza conocida, mientras que, otras épocas – como la época mágica que nos precedió – directamente concebían ya la realidad como infinita tan sólo limitada por Dios, de la cual la naturaleza sólo era una parte.



La decadencia de Occidente. Oswald Spengler

La crisis del mundo moderno. René Guenón

La República. Platón