miércoles, 22 de febrero de 2017

El pato de Vaucanson

Leyendo Mason y Dixon, de Pynchon

En el camino hacia Filadelfia, en una posada donde deben alojarse durante varios días debido a las malas condiciones ambientales para continuar el viaje, nuestros amigos conocen a un chef francés que tuvo que huir de París a causa de la persecución a que lo sometía un pato. Esto sonará menos extraño si tenemos en cuenta que el tal chef había ganado un prestigio notable precisamente elaborando exquisitas recetas cuyo principal ingrediente era el pato. Lo que verdaderamente debe sorprender es que el animal que lo perseguía a él no era un pato corriente que hubiera asumido el grito de venganza de sus cientos, tal vez miles de congéneres sacrificados, sino un pato mecánico hecho de cobre por un tal
Vaucanson y que tenía la facultad de comer y beber y luego de la pertinente deglución, excretar lo ingerido convenientemente transformado por la digestión.
También tenía la facultad de mover las alas y volar, lo que hacía con tal celeridad que lograba desaparecer de la vista. Así se le escapó a su dueño y deambulaba libre por la ciudad. Pero al igual que el posterior Franquenstein, se sentía único y solo en el mundo, sola en este caso, pues el pato se declaraba pata, y decidió reclamarle a su creador un compañero, que por lo visto este ya había construido y guardaba en una estantería de su laboratorio. Como la pata no se atrevía a hablar directamente con su creador, decidió utilizar un intermediario, y su elección recayó sobre el mentado chef, en parte considerando que de alguna manera debía pagar la deuda que tenía contraída con todos los patos del mundo, incluida ella, aunque estuviera hecha de metal.
El cometido del chef era sencillo: solicitar, en nombre de la pata, permiso a Vaucansón, para que esta invitara a salir al pato de la estantería, para lo cual había reservado una mesa en un coqueto restaurante y posteriormente irían a ver una ópera, espectáculo que deleitaba a este mecánico engendro. El caso es que el chef  no estaba muy dispuesto a servir de alcahuete para la pata mecánica, así que esta le acosaba a todas horas insistiéndole en su reclamación. Aprovechando esa facultad de desaparecer gracias al velocísimo aleteo, lo que conseguía sin ni siquiera estar en vuelo, aparecía y desaparecía en los momentos más inoportunos perturbando las relaciones sociales y laborales del chef, que terminó por ser rechazado laboral y socialmente por sus conciudadanos.  Lo peor es que la pata acabó cobrándole cierto afecto exigente al cocinero y ya no le abandonaba de día ni de noche, o al menos esa era la obsesión que poseyó al chef y le inspiró la idea de huir a América. Algo bueno había en todo esto, la pata se convirtió en una especie de Ángel de la Guarda del chef, y en varias ocasiones lo libró, surgiendo de la nada y volviéndose a ella una vez realizado el prodigio, de una muerte previsible en caso de que hubiera permitido desarrollar el dictado del destino. 

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